Guadalupe Años Cincuenta, Ejecutado de Manera Aleve - Es
la Metáfora en la que Podemos Mirarnos
El
asesinato de Guadalupe Salcedo – ejecutado de manera aleve como se demostraría
años después – es la metáfora en la que podemos mirarnos hoy.
Daniel
Coronell: Guadalupe años sin cuenta
Daniel Coronell. Foto: John Caslon
"Esta
historia que contamos los invita pa´ que piensen que los tiempos del pasado se
parecen al presente…”.
Todo
empieza con la reconstrucción judicial del tiroteo en el que muere un exjefe
guerrillero que había entregado las armas y se había reincorporado a la vida
civil. Después de firmar la paz, Guadalupe Salcedo -antiguo comandante de las
guerrillas liberales del llano- fue abatido en un operativo de las Fuerzas
Armadas en el sur de Bogotá. La escena plantea dos hipótesis sobre la muerte
del reinsertado: las Fuerzas Armadas declaran que fue “dado de baja” en una
acción de legítima defensa porque Salcedo súbita e inexplicablemente abrió
fuego contra la patrulla que se cruzó con el taxi que lo transportaba. El abogado
de la parte civil sostiene, en cambio, que Guadalupe Salcedo fue acribillado a
sangre fría mientras estaba desarmado y con las manos en alto.
La
obra fue estrenada en 1975 por el Teatro La Candelaria y es considerada una
pieza clásica de la dramaturgia colombiana.
Algunos
de los que la concibieron ya han muerto. El enorme actor Pacho Martínez, quien
encarnó al campesino tolimense Jerónimo Zambrano, el hombre que dejó su tierra
buscando la paz en el llano y se encontró una violencia peor, falleció tranquilamente
hace un año. Fernando Peñuela, convertido en cantor de joropos recios y
magistral intérprete del cuatro gracias a la obra, nunca regresó de un ataque
de tristeza.
El
maestro Santiago García, el director de esa laureada creación colectiva, no ha
vuelto a trabajar. Su ingenio sin par navega en las lagunas de una memoria
esquiva. De vez en cuando un chispazo genial deja ver que él sigue ahí, detrás
de las paredes del olvido.
Otros
de los actores-creadores están vivos y activos: Patricia Ariza, Fernando
Mendoza, Policarpo Forero, César Badillo y Álvaro Rodríguez, para recordar solo
a algunos.
Menciono
este grupo de singular talento y su obra Guadalupe años sin cuenta porque
quizás el mensaje que lograron no sea solo un mapa artístico de nuestro terrible
pasado, sino también una guía –llena de clarividencia– para evitar lo que nos
impediría construir un futuro diferente.
La
Colombia de los cincuenta retratada en Guadalupe está dividida entre azules y
rojos. Los liberales del llano se rebelan contra los abusos de los precursores
del paramilitarismo llamados pájaros o chulavitas, aupados y financiados por el
gobierno conservador de la época. Los que mueren en los dos bandos son los más
pobres. Los miembros de las elites se odian pero siempre encuentran intereses
comunes en su codicia política y económica. Defienden la guerra porque saben
que quienes la sufren son otros.
Los
rebeldes tampoco son un dechado de virtud. La obra deja ver la estela de
víctimas representada por una mujer violada “por los liberales” o 100 soldados
asesinados a mansalva en una emboscada a un planchón. “Hay que atacar de todas
maneras, es la orden de los comandantes”.
La
religión se convierte en arma para descalificar al discrepante, perseguir al
diferente y justificar la barbarie como una forma de justicia divina. A nombre
de la fe y de las buenas costumbres se estimula la continuidad de la violencia.
En una de las memorables escenas, un angelical himno religioso se convierte en
marcha militar marcada por el redoble del tambor.
La
obra cuenta también, en su estilo, la historia del golpe militar contra
Laureano Gómez, el ascenso de Rojas Pinilla y el inicio de un proceso de paz
con las guerrillas del llano que termina con la entrega de armas por parte de
los sublevados y la declaración de una amnistía para ellos otorgada por el
gobierno.
Con
un poco de esfuerzo ese podría haber sido el cierre de la llamada época de la
violencia y el comienzo de un capítulo mejor en la historia de Colombia. Sin
embargo, la pugnacidad política y la sed de venganza pudieron más que la
decisión de paz.
El
asesinato de Guadalupe Salcedo –ejecutado de manera aleve como se demostraría
años después– es la metáfora en la que podemos mirarnos hoy.
Solo
habrá paz si se garantiza la supervivencia de quienes dejen las armas. Ningún
asesinato es bueno. Es responsabilidad de los colombianos hacer valer la
decisión mayoritaria que tomarán en las urnas en unos pocos días.
En
la misma medida, los antiguos guerrilleros deben prepararse para no ceder a
provocaciones, ni retomar la violencia cuando sea asesinado uno de los suyos.
La decisión del M-19 después del asesinato de Carlos Pizarro comprueba que la
persistencia en la paz rinde sus frutos - Por: Daniel Coronell – Semana.com – 17 – 09 -
2016
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