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Iván Velásquez, de
desterrado en Guatemala a ganador
del Nobel alternativo Foto: Daniel Reina /
SEMANA
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Este abogado nacido en Medellín enfrentó a Pablo Escobar,
Paramilitares, parapolíticos y al presidente de Guatemala. Su labor le ha
valido amenazas y hasta el destierro, pero también premios y el apoyo de un
pueblo que se ha volcado a las calles a respaldarlo.
Iván
Velásquez es una especie de desterrado. Trabajó más de 20 años para la justicia
colombiana y tuvo que irse del país tras convertirse en un objetivo de
persecuciones y seguimientos desde la inteligencia estatal. Cuando encontró un
segundo país para ejercer su vocación, Guatemala, el mismo presidente le prohibió
la entrada a esa tierra.
Como
la mayoría de personajes que influyen de manera tan directa en la realidad de
un país, a la par que su lista de rivales crece, también el reconocimiento a su
trabajo. La fundación Right Livelihood le acaba de otorgar el que se considera
como el Premio Nobel Alternativo, por su lucha contra la corrupción en
Guatemala. En 2015, la revista ‘Foreign Policy‘ lo había destacado como una de
las personas más influyentes del mundo. Y el pueblo guatemalteco se ha volcado
a las calles, varias veces y en masa, a respaldar su gestión.
"Hazlo,
y si te da miedo, hazlo con miedo", dice uno de los mensajes más recientes
de Velásquez en su cuenta de Twitter. El miedo o el deber es la ecuación que ha
marcado la trayectoria del abogado nacido en Medellín. Durante los años 90 y
como procurador de Antioquia, se enfrentó a Pablo Escobar, ese personaje que
encarnaba lo peor del crimen.
Durante
esos días tuvo una misión temeraria. Recoger pruebas para exponer la forma en
que el capo del Cartel de Medellín transformó su sitio de reclusión, la cárcel
de La Catedral, en algo más parecido a un complejo turístico donde sus deseos
eran órdenes. Lujos, fiestas y vicios tenían lugar allí y Velásquez fue uno de
los que lo expuso con su trabajo.
Meses
después de que Escobar se fugó de La Catedral, en 1992, Velásquez asistió a una
reunión con la esposa del narcotraficante en la que se esbozaba un nuevo
intento de entrega del criminal. En esa cita, autorizada por el entonces
presidente César Gaviria, Velásquez compartió sillón con el entonces senador
Álvaro Uribe Vélez, quien 15 años después se convertiría en uno de sus mayores
contradictores.
Durante
esos años detrás de la pista del Cartel de Medellín, Velásquez fue amedrentado
por los gatilleros de Escobar. A finales de los 90 volvería a vivir situaciones
similares, entre intimidaciones y amenazas, cuando empezó a seguir el rastro del
paramilitarismo desde su cargo de fiscal regional en Antioquia. Allí le tocó
manejar varios de los expedientes más complejos de esos años, como el de las
masacres de El Aro y La Granja y el asesinato del defensor de derechos humanos
Jesús María Valle.
Por
esos años tuvo que vivir uno de los episodios que, en entrevistas con medios,
ha calificado como los más duros de su carrera: el asesinato de compañeros
suyos del CTI a manos del paramilitarismo. Sería su salto al escenario de los
altos tribunales el que lo catapultaría como un "investigador
estrella". En el año 2000 llegó a fungir como magistrado auxiliar en la
Corte Suprema de Justicia.
Seis
años después, cuando las investigaciones contra la parapolítica tomaron vuelo,
Velásquez fue nombrado como el coordinador de esos casos. El récord que
consiguió le ganó tanto reconocimiento como enemigos. Durante ese tiempo, la
Corte Suprema de Justicia condenó alrededor de 50 congresistas por sus nexos
con el paramilitarismo. Eso le consiguió el mote de "el magistrado
estrella de la parapolítica", pese a que nunca fue designado como un togado
titular del máximo tribunal.
Pero
solo fue hasta 2007 que Velásquez salió de su relativo anonimato, cuando el
entonces presidente Uribe lo señaló de estar presionando pruebas en su contra.
Luego fue sindicado por el paramilitar Tasmania de haberle ofrecido beneficios
jurídicos a cambio de declaraciones. En últimas, se le señaló de urdir un
complot contra el mandatario. Finalmente, se demostró que el montaje era en
contra de Velásquez, quien salió fortalecido de ese escándalo. Luego se supo
que era uno de los objetivos de las chuzadas ilegales del DAS, y hasta se le
investigó disciplinariamente por haber sacado copias de expedientes
paramilitares de la Corte.
Pero
la situación que desató su salida de la corte fue que lo relevaran como coordinador
de la parapolítica pese a sus evidentes logros, en 2012. Al año siguiente, en
medio de las persecuciones en contra suya y de su familia, que quedaron
documentadas, se fue del país. Esa salida pudo leerse en su momento como que
Velásquez se había cansado de sufrir las consecuencias de su ejercicio. Sin
embargo, dos años después reapareció en un país que le era ajeno, pero que
afrontaba una crisis institucional de corrupción.
Velásquez
llegó a Guatemala designado por Naciones Unidas como la cabeza de la Comisión
Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), un actor independiente
con el objetivo de apoyar los entes judiciales guatemaltecos, que existía desde
2006 pero que tomó mucho protagonismo con la llegada de Velásquez.
Entonces,
el abogado antioqueño junto a la fiscal general Thelma Aldana lideraron la
investigación de La Línea, un caso de defraudación aduanera al que terminaron
vinculados varios altos funcionarios del gobierno de Guatemala. Finalmente, las
pesquisas llegaron hasta la vicepresidenta Roxana Baldeti y al presidente Otto
Pérez Molina, quien renunció a su cargo y terminó preso mientras enfrenta su
juicio. Entre las críticas contra el colombiano se dijo que estaba en una
cacería de brujas, obsesionado por tumbar presidentes.
"Yo
lamenté que el expresidente Pérez Molina resultara involucrado en las
investigaciones", dijo entonces Velásquez, quien en un inicio no calculó
el alcance que tendría su investigación junto a la fiscal. En medio de esa
crisis institucional, el pueblo guatemalteco se volcó como nunca a las calles a
respaldar el trabajo de la Comisión y a condenar la corrupción.
Velásquez
siguió trabajando en otro casos. Entre esos, tocó al sucesor de Pérez, a Jimmy
Morales, el nuevo mandatario que se posesionó en 2016. y a su círculo familiar.
El hijo y el hermano de Morales terminaron presos y vinculados a un proceso por
lavado de dinero y fraude, cargos de los que se declaran inocentes. Velásquez
también pidió que se levantara el fuero del presidente frente a otras pesquisas
por la supuesta financiación ilícita de su campaña.
Esos
choques con el mandatario desembocaron, hace un año, en la expulsión del
exmagistrado colombiano de ese país: "Declaro non grato al señor Iván
Velásquez y ordeno que abandone la república de Guatemala", dijo Morales.
Sin embargo, un tribunal guatemalteco frenó esa decisión. Pese a que Velásquez
cuenta con el apoyo de buena parte de la ciudadanía guatemalteca, el descontento
de la clase política hacia su figura ha crecido. En esencia, el argumento que
esgrimen en su contra es que su trabajo es una intromisión internacional en la
soberanía local.
En
medio de esa crisis que atraviesa el ejercicio de Velásquez en Guatemala, llegó
el premio considerado el Nobel Alternativo. "Thelma Aldana e Iván
Velásquez han estado al frente de uno de los esfuerzos anticorrupción más
exitosos en el mundo", resaltó la fundación Right Livelihood al otorgarles
el galardón, para luego resumir así su labor:
"Aldana
y Velásquez han jugado un papel crucial en la configuración de una era
definitiva en la historia de Guatemala, al tiempo que han reconstruido la
confianza en las instituciones públicas. Como consecuencia, se han enfrentado a
una resistencia sostenida y han soportado un gran riesgo personal. Su valiente
y ejemplar trabajo ha desembocado en más de 60 estructuras criminales
identificadas, más de 310 condenas y 34 propuestas de reformas legales".
Es
la cuarta vez que el galardón va para Colombia, desde que se empezó a entregar
en 1980. Sin embargo, es la primera que se lo gana una persona en particular,
pues antes lo habían merecido el Festival de Poesía de Medellín (2006), el
Programa de Consolidación del Amazonas, Coama (1999) y la Asociación de
Trabajadores Campesinos del Carare (1990).
El
colombiano declaró ante medios que recibe el galardón como un espaldarazo. En
últimas, un motivo más para seguir apostándole al deber sobre el miedo. Por
Semana.com
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“Ramón Emilio Arcila”
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