Nicanor Restrepo
Santamaría:
Consejos
para ser un
Buen
Jubilado
|
Me han
puesto una tarea más testimonial que nada y hablar de sí mismo casi nunca queda
bien, pero sin embargo voy a contarles, porque no tengo otra manera de hacerlo,
lo que ha sido mi experiencia en este proceso de adulto mayor, empezada
bastante más adelante de los 50 años, a los 62. Soy pensionado de Protección, y
esa es la edad en la que los pensionados por los fondos privados podemos
empezar a ejercer ese derecho. De manera que mi experiencia es más corta porque
entre los 50 y los 62 estaba todavía vinculado activamente a mi actividad
profesional.
Cuando uno
enfrenta el reto de envejecer dignamente — lo cual no solamente es natural sino
maravilloso, es parte esencial de la vida — tiene que entender, primero, que es
un ciclo, una etapa muy rica en la medida en que como tal se interprete. Es una
etapa para la que uno tiene que prepararse. No puede notificarse de repente,
como una especie de Dorian Gray que hizo ese pacto con el maligno para no
envejecer a cambio de que le entregara su alma y cuando ya llegó la hora de
entregarla, quedó como una momia y perdió sus atributos y su belleza.
De manera
que es un proceso al que se llega naturalmente. Así, hay que tratar de llegar
bien desde el punto de vista de la salud y bien de las previsiones financieras
y económicas para que en una etapa en la que hay menos productividad y menores
ingresos se pueda vivir con dignidad. O sea, tiene que tenerse una concepción
del ahorro, de la austeridad, de las restricciones, que no son de ninguna
manera antipáticas. Si se les interpreta bien, se convierten en algo que
enriquece, en lugar de lo contrario.
Cuando se
ocupa una posición como la que tuve al final de mi carrera profesional —de la
carrera profesional activa, porque la intelectual no termina hasta que uno no
termine su ciclo vital—, de presidente de una organización importante de la
ciudad y del país, tiene unos privilegios que corresponden a la empresa, menos
que a la persona. O sea, tener, por ejemplo, un automóvil con un conductor,
tiquetes para viajar y desplazarse a cualquier parte, clubes sociales donde
atender las relaciones tanto profesionales como personales, en fin… un montón
de gajes, además de tener un buen salario. Cuando uno se jubila, el ingreso se
convierte en una fracción muy modesta de lo que se ganaba cuando se era activo.
Con los ingresos altos, a pesar de todas las discusiones que hay ahora sobre
los temas pensionales, la pensión no alcanza a ser, como en el caso mío, ni
siquiera el 6 % del último salario. De manera que cuando se pasa de un ingreso
alto “x” al 6 %, si no se han calculado bien las cosas, la situación se vuelve
muy difícil. Una manera de preverla no solamente es ahorrar para que haya algún
complemento en lo posible, sino también no acostumbrarse a cosas innecesarias,
suntuosas e inútiles. Más bien, acostumbrarse a vivir modestamente, a vivir
austeramente, a no confundir nunca lo que es propio con lo que es ajeno. Me
refiero a que muchos de los privilegios que disfruta un ejecutivo en una
empresa pertenecen a la empresa misma, es al carácter de la representación que
tiene, menos que a él.
Cuando se
pasa, como me tocó a mí, de ir en un carro blindado con escoltas —que no es
propiamente un privilegio, es una tortura, y no es ni mucho menos producto de
la importancia o el papel personal, sino de la representación que tenía quien
dirigiera esa organización en su momento— a ir en un carro donde uno puede
abrir el vidrio, puede sacar la mano como las señoras para voltear para un lado
y para el otro, además de que no sabe dónde parquear, no sabe la vía, no sabe
nada porque hace mucho tiempo no maneja, se siente un cambio brusco, pero
interesante. Todavía más cuando uno pasa de ese mismo carro blindado, que es
como una especie de coche mortuorio, a desplazarse en una bicicleta, como lo
hice yo, para ir por unas calles desconocidas pero apasionantes. Es una
experiencia maravillosa.
Entonces
pienso que una de las ideas que tienen que tenerse claras cuando se va llegando
a estas edades es que lo que viene adelante tiene obligatoriamente condiciones
distintas. Hay que vivir con mucho menos presupuesto, y eso es válido no
solamente para el ejecutivo, sino para el empleado mismo. Quienes son más
afortunados tienen una pensión del 75 % de sus ingresos, pero ese 75 % de los
ingresos es muy poco porque los ingresos eran muy pocos para poder obtener ese
porcentaje. De manera que tiene que haber ante todo una visión muy clara de una
de las situaciones que angustian en la tercera edad o en la edad adulta: la
parte económica. Siempre la economía familiar, la economía personal si no se
manejan bien, se convierten en un verdadero drama interno y psicológico.
Primero, entonces, juicio y orden en lo que son las finanzas personales,
conciencia de que se han de perder seguramente muchas oportunidades, pero que
no son de ninguna manera necesarias.
Si uno
pudiera hacer una lista de lo que quisiera hacer y no hizo, ella en la medida
en que se envejece se va agotando porque hay cosas que uno definitivamente empieza
a entender que no es necesario mantener en esa lista.
Lo segundo,
a mi modo de ver, es entender que esa etapa final de la vida requiere un
proyecto de vida. Uno no puede encontrarse de repente con que pasa de trabajar
muchas horas al día a una condición en la que se dice: “Qué bueno, voy a poder
dormir por fin hasta las nueve de la mañana”. Y resulta que desde hace muchos
años, y a medida que le pase el almanaque, le da más dificultad dormir hasta
las nueve. O decir: “Me voy a dedicar a descansar porque es que este cansancio,
este estrés, esta fatiga del trabajo diario, la presión del jefe, la angustia,
el transporte, las malas noticias, todo lo que ocurre es definitivamente es
desgastador. Me voy a dedicar, entonces, a descansar porque nunca he tenido
oportunidad más allá de tener 15, 20 días o un mes de vacaciones”. Cuando el
tiempo de inutilidad en las vacaciones empieza a correr, se convierte en una
angustia monstruosa, es decir, al cabo de un mes uno no sabe qué hacer, y le
faltan todavía años de descanso. Entonces no puede pensarse que esa vida del
adulto mayor vaya a ser una vida dedicada al ocio contemplativo y menos al ocio
creador, como diría algún autor. No, es una etapa que el ocio no puede de
ninguna manera llenarla.
Otros
afirman: “Voy a aprovechar para dedicarme a lo que siempre quise hacer: leer” y
resulta que la gran mayoría de los que se jubilan no han leído nunca, entonces
da mucha dificultad empezar a leer a esa edad porque no se sabe ni siquiera qué
leer. La verdad es que en nuestro país, si uno toma la estadística más ácida de
todas, se lee alrededor de un libro y medio al año, de los cuales la mitad son
textos, o sea los que leen en las escuelas. Quiere decir que un colombiano
medio se lee un libro en dos años. Cuando lo termina, no sabe ni de qué se
trata. Entonces el que dice “Voy a dedicarme a leer”, asume una postura un poco
humanística sin tener ninguna experiencia en eso, rápidamente devuelve el
primer libro, termina hasta sin leer el periódico, etc. Lo mismo sucede con el
que afirma: “Voy a dedicarme a la música”, “Voy a dedicarme a no sé qué
placeres intelectuales”.
Pienso que
un proyecto de vida, de qué hacer con los años que me quedan, tiene que ser una
pregunta que debemos ser capaces de respondernos, y muy difícilmente lo
hacemos. Muchos de mis amigos, muchos de mis colegas se tropezaron de un día al
otro con la notificación de que se jubilaban y empezaron a ver el drama de “qué
hacemos”. Los que somos parte de un hogar y tenemos esposa, como yo —las
esposas son maravillosas, por eso vivimos con ellas tantos años y son las
madres de nuestros hijos y merecen todo nuestro respeto y nuestra gratitud—
empezamos a estorbar en la casa, y nuestras señoras a decir: “Uno todo el día
con el santísimo expuesto”. Esa relación se va volviendo catastrófica y el
hombre se neurotiza y empieza a comentar: “Pero quién sacude en esta casa, qué
polvero”. Entonces se convierte en un problema estar interminablemente en el
hogar, porque se convierte también en exigencias que perturban la paz familiar.
Muchas
veces, como cuando se envejece se pierden la habilidad, movilidad, capacidades,
y es natural, las esposas empiezan a ser muy celosas de las tareas que hace su
esposo. Conozco un caso en el que el señor —que era un científico, un Ph. D. en
ciencias agronómicas, un hombre muy ilustre, muy importante, muy activo,
intelectualmente y físicamente— cuando se jubiló se ofreció a hacer todas las
vueltas que había que hacer en la casa. Entonces iba a comprar el mercado
elemental, o sea, las frutas, las verduras, y el grano y los jabones los
compraba la señora; a pagar los servicios públicos adonde fuera, ni siquiera a
los almacenes, sino a las Empresas Públicas; a comprar el periódico porque era
más fácil que la suscripción; a pagar en el banco, a reclamar la chequera.
Bueno, hacía todas las vueltas que había que hacer en la casa, y se iba a pie
cuando había un buen día, para poder hacer ejercicio. La señora empezó a
decirle: “Usted ya está muy viejo, lo va a matar un bus, lo va a matar una
volqueta” y lo empezó a restringir hasta que acabó con el pobre señor, ya no lo
dejaba hacer nada. Entonces se le encerró el santísimo expuesto en la casa y
fue el drama.
Parte de lo
que las empresas y la sociedad tienen que hacer con los que envejecemos es
notificarnos de que esa etapa que viene es la última, sí, pero una etapa que
puede ser maravillosa. Esa es una de las cosas que uno tiene que entender, pero
que no es fácil entenderla. Es una etapa que tiene muchas consecuencias
económicas, financieras. Estamos en una sociedad que se envejece, donde somos
cada vez más los viejos y cada día duramos más, y por supuesto nos enfermamos
más y de enfermedades más costosas. Además hay en la sociedad otro fenómeno muy
grave que también conspira contra lo que es el bienestar del adulto mayor, que
es el desempleo. Si miramos un país como Grecia, el 65 % de los jóvenes menores
de 30 años no tienen trabajo, entonces uno se pregunta: “¿Cuándo van a
conseguir un trabajo que les permita ahorrar para jubilarse?”. Pero es que ya
llevan perdidos 10 o 15 años o cosa por el estilo. Deberían estar cotizando
desde hace 10 o 15 años.
Y en nuestro
caso, ¿cuántos colombianos hoy, desempleados puros, jóvenes la mayoría de
ellos, no cotizan? Entonces ¿con qué se van a jubilar? ¿Cuántos informales no
cotizan? En Colombia, no sé la cifra, estamos hablando de porcentajes enormes.
Este es un problema que se suma a una sociedad que se envejece, que tarda más
tiempo en reciclar a los viejos, que por supuesto son más costosos desde el
punto de vista de todo: del entretenimiento, de la salud, por supuesto, de la
vivienda, de la cultura, de las enfermedades que aparecen. En una sociedad como
la francesa, las enfermedades psiquiátricas correspondientes a las personas
mayores han aumentado de una manera monstruosa.
Nicanor Restrepo: Envejecer
Dignamente, Es Parte
Esencial
de la
Vida
|
Todos
sabemos que en la medida en que envejece el ser humano, enfermedades
circulatorias, artritis, Alzheimer y otras producen una gran cantidad de
problemas psicológicos. Pero no solo los producen ellas, también, por ejemplo,
la soledad. Hay sociedades que se están volviendo solitarias, donde los
ancianos viven muy mal, sociedades como Francia que tiene mucho desarrollo, y
aún así las pensiones medias son paupérrimas. Vivir hasta los 90 o 95 años con
un perro —porque los hijos están a tres cuadras y nunca los visitan—y
sostenerse con 800 euros es una mala condición de vida, ese es un mal ingreso
en cualquier parte del mundo, incluyendo a Colombia.
Allí tienen
ciertos privilegios, no les suben los arriendos, tienen algunas posibilidades,
pero el panorama ante las enfermedades de carácter mental, de carácter
psiquiátrico en una sociedad desarrollada como Francia, por ejemplo, son
gigantescas. Conozco un hospital cerca de París, un hospital psiquiátrico que
es premio de arquitectura de construcción hospitalaria, que tiene cupo para
4.000 pacientes, y de estos, solo 300 pueden dormir en el hospital, que son los
que están más delicados. Los otros 3.700 van todos los días al hospital porque
no pueden estar solos en la casa, pero a las cinco de la tarde tienen que
llevárselos otra vez a sus residencias pues no tienen dónde dormir. Es un
hospital como a medias. Son 4.000 pacientes “solamente”.
En la
sociedad van apareciendo unos problemas que están relacionados con el mismo
cambio de la sociedad. Miremos lo que pasa aquí con los adultos mayores y con
el desempleo. Sin la solidaridad tan fuerte que hay acá, uno no podría entender
cómo es posible que con los ingresos tan bajos, con la inequidad que hay en el
ingreso en Colombia se den casos de que con unos salarios mínimos vivan tantas
personas. Es corriente ver, por ejemplo, y es normal, muchos ancianos que viven
en las casas con una hija, con sus hijos, con los nietos o con otros ancianos.
Eso en otras sociedades es casi inexistente. En las sociedades desarrolladas ha
habido en este momento un regreso. Hoy por hoy, por ejemplo en España con la
gran crisis que hay, muchos jóvenes están viviendo de las pensiones de los
papás o de los abuelos porque no tienen con que vivir. De manera que se ha dado
un regreso de los jóvenes a las casas de los abuelos y viven con una pensión
mínima un montón de personas.
Volviendo a
Colombia, e insistiendo en lo que es la solidaridad, en todas las familias
tenemos desempleados, pero no se mueren de hambre porque de alguna manera las
familias se solidarizan, se redistribuyen, apoyan esas circunstancias, lo mismo
con los ancianos. Acá, ¿cuántas instituciones solamente para manejo de ancianos
en asilos especiales o en casas de retiro, en casas de reposo debiera haber?
Muchísimas más de las que tenemos, pero no hay presupuesto. Así, muchos
ancianos siguen viviendo en la familia hasta el último día, siempre hay una
hija con buena voluntad. Pero eso está desapareciendo porque las familias son
mucho más pequeñas, hay más movilidad geográfica. Mi madre murió de 91 años,
como decían los poetas en los obituarios, “rodeada del afecto de los suyos”,
porque éramos 12 hijos, de los cuales la mayoría vivíamos aquí, todos muy cerca
de ella, mi mamá nunca estuvo sola. Pero si esa situación la comparo con la de
mi mujer, que tiene dos hijos, cuatro nietos, nada de raro que cuando esté en
las edades de mi madre no vaya a tener a ninguno de ellos cerca, y por supuesto
tampoco a su marido, pues nosotros vamos primero de viaje que las mujeres, esa
es una condición también un poco inequitativa de la vida, pero cierta.
Las
condiciones del adulto mayor en una sociedad que evoluciona, en la que se
reduce el número de la familia, en la que se modifica la movilidad de los
miembros (de pronto alguno trabaja en el exterior), en la que se van creando
también unos nichos de soledad social muy grandes, van produciendo también a la
par en ellos muchas enfermedades y muchas dolencias sociales. Pienso que una de
las primeras cosas es que tiene que haber una conciencia clara, y eso es una
pedagogía muy difícil de hacer. Sé que en las empresas hacen esfuerzos por
notificarles a todos los miembros de las empresas que allá se va a llegar, y
que llegar allá no es un castigo divino, es un privilegio si se interpreta como
tal. Que es tener una etapa, la última de la vida, pero que puede ser muy rica
en la medida en que también se le enseñe qué es esa riqueza.
No se tiene
muchas veces posibilidades de cambiar 180° de actividad. Es muy trabajoso.
Cuando lo único que se ha hecho en la vida es trabajar, casi que lo único que
se sabe hacer es trabajar. De manera que pensar en aprender a no trabajar es
algo que requiere también alguna imaginación. Pero primero hay que romper con
la idea de que el adulto mayor es como un mueble viejo que estorba, que no
sirve para nada, porque él termina por creérselo. Una cosa que es muy
importante en la vida es entender que cuando se cambia de actividad, cambian
automáticamente muchas relaciones. Muchas de las que se tienen en la vida
afectiva son compañeros de trabajo, personas que se han conocido a lo largo de
la vida de trabajo, y cuando se deja de ir a esa organización, pues se deja de
verlas porque se quedan allá. Entonces empieza uno a sentirse que lo
abandonaron, que no lo quieren, que “yo ya no soy nadie”, que lo olvidaron.
Así, empiezan a aparecer sensaciones en la gente que no son ciertas.
Simplemente cambian el entorno y la proximidad, y eso hay que entenderlo.
Yo aprendí
desde muy chico una idea que mi padre nos inculcó, que decía más o menos lo
siguiente: “Bástale al hombre para su subsistencia una sana medianía”, es
decir, que la vida se puede vivir de una manera distinta, más austera, más
limitada, y esa limitación implica también la proximidad social. Igualmente,
hay otra cosa muy clara en el trabajo, sobre todo cuando llega uno a posiciones
directivas, que es importante tenerla presente, que se plasma en una frase
sabia que dice: “No eres más porque te alaben ni menos porque te vituperen”.
Cuando uno tiene, digamos, las riendas por la mano, los “amigos” sobran, y
resulta que eso no es cierto. La mayoría son amigos del poder o amigos de las
relaciones que puedan tenerse. Los de verdad, verdad, que llegan al corazón son
muy pocos. De manera que tampoco puede engañarse, como el vallenato que decía
tener 200 amigos íntimos. Realmente las relaciones de verdad son muy pocas, son
amigos que nacen en la infancia o en la juventud o son también la familia. Por
lo tanto, hay que entender que cambia el ámbito en el que uno se mueve.
Cambia la
rutina. Antes salía todos los días a cierta hora a trabajar y resulta que ya
sale y no tiene a dónde ir. Entonces tiene que prepararse para lo que viene en
esa etapa y entender que bien construida es muy buena. Lamentablemente, mucha
gente se notifica del cambio de vida en el mismo momento que termina su trabajo
profesional. El caso particular mío es un caso muy extraño y no creo que sea
útil como modelo de vida de adulto mayor.
Estudié
ingeniería en la Escuela
de Minas, pero quería irme a estudiar economía, historia o ciencias humanas en
alguna forma, y no lo pude hacer porque soy el mayor de una familia de 14 en
esa época. Mi padre no tenía medios para mandarme a estudiar fuera, yo lo sabía
perfectamente, el Icetex no me prestó para estudiar porque a pesar de que
éramos 14, el patrimonio de mi papá, que era un helechal por acá cerca y una
camioneta vieja, pasaba de nada, y aunque nada dividido por 14 da cero, ese
patrimonio no se podía superar, entonces yo no cumplía con los requisitos de
patrimonio familiar.
Y nunca
merecí una beca porque no fui un estudiante que mereciera becas, es la verdad.
Total, no me pude ir a estudiar, pero tenía todo hecho, los crespos hechos,
como se dice. Había pasado el examen de francés en la Alianza , había sido
admitido en una escuela francesa en París, sabía cantar la marsellesa… bueno,
estaba listo y preparado espiritual y físicamente para irme, y de pronto me di
cuenta de que no podía hacerlo porque no tenía con que.
Tuve
oportunidad de comprobar en ocho años que viví en París que muchos de mis compañeros
colombianos de allá son estrato dos o tres con hogares que no podían por
supuesto sostenerlos, sin beca, porque tampoco las tienen, y sin crédito porque
tampoco se los otorgan, y allá están haciendo doctorados en cuantas disciplinas
ustedes se imaginen. Hay más de 3.500 jóvenes colombianos haciendo estudios
superiores en Francia en este momento, son la segunda población latinoamericana
más grande porque la educación es gratuita allá, simplemente por eso. Y ninguno
de mis compañeros tenía ni papá solvente ni crédito ni beca. ¿Pero cómo vivían?
Haciendo lo que hacen los estudiantes desde siempre: cuidando niños, cuidando
ancianos, sirviendo en un café, en restaurantes, vendiendo boletas en una
taquilla, paseando perros en las calles, lo que sea. Yo hice un doctorado en
cuatro años y ellos se gastan generalmente seis. Estuve la semana pasada en la Sorbona en la sustentación
de un doctorado en historia de un muchacho de aquí, egresado de la Universidad Nacional ,
que se tardó nueve años, pero terminó, y vivió y sobrevivió, se casó y tiene un
hijo, tiene una vida normal y obtuvo la mejor calificación que otorga la
universidad francesa.
A mí me
faltó una cosa que me da mucha pena confesarla: imaginación. También se podía
ir a estudiar al exterior sin papá, sin beca y sin crédito a hacer lo que han
hecho toda la vida los estudiantes. Entonces me dije: “No se pudo, vamos a
posponer esto, pero algún día, ojala”. Nunca abandoné ese proyecto. Repito, es
un caso muy particular. Lo que quiero decir con todo esto es que lo que hice
fue tratar de volver ese sueño realidad. Hay una frase importante: “El hombre
no se frustra porque no se realizan los sueños, sino porque no sabe soñar”. O
sea, un gran error es abrazar un sueño irrealizable, utópico, porque no se
cumple y por consiguiente uno se frustra. Pero si el sueño es un sueño
aterrizado…
Tengo la
fortuna de tener una compañera, mi señora, que es la misma desde hace 43 años,
que comparte la debilidad y la afición que puedo sentir por estudiar y
aprender. Esa es una posición frente a la vida que posiblemente no es muy
frecuente. Ella la comparte y si no fuera así, entonces no podría empezar una
aventura de estas. Mis hijos ya se habían criado, ya se habían educado, de
manera que yo también podía hacer eso. Lo que hice fue en esencia tratar de
poner en práctica ese sueño que tenía y aprender. Una de las cosas más
importantes que pude haber comprendido con esa experiencia es, y la puedo
afirmar como tal, que nunca en el ser humano se agotan su deseo, su posibilidad
y su capacidad de aprender.
El
conocimiento es mucho más vasto, mucho más amplio de lo que el ser humano puede
adquirir, y es al mismo tiempo inagotable. Y aprender siempre será un placer.
Para aprender, la sociedad tiene que ocuparse de darles instrumentos a las
personas. El Estado como tal tiene una responsabilidad muy grande para
administrar la población que le corresponde administrar de adultos mayores.
Tiene que haber oportunidades para que ellos se sientan útiles y activos. Tiene
que haber sistemas para que cuando se empiezan a dar limitaciones, digamos en
movilidad, la gente pueda moverse. Tiene que haber una oferta cultural muy
grande, gratuita, amplia, de buena calidad.
En una
sociedad como Francia, que posee una tradición humanística muy larga, es muy fuerte
la oferta. Diariamente, puede haber 50 conferencias gratuitas en París, de todo
lo habido y por haber: de historia, de arte, literatura, cocina, pastelería,
artesanías. Las alcaldías de los barrios tienen unas ofertas culturales muy
amplias y ofrecen posibilidades en deportes y entretenimiento. De esa forma,
una persona adulta mayor o no, puede acudir gratuitamente a una oferta de
conferencias, charlas y actividades. Hay además muchísimos programas durante
las estaciones, como en el verano, que se relacionan más con actividades de
deporte, de entretenimiento, y de otra naturaleza, por ejemplo, cine al aire
libre. Hay entonces, en otras palabras, oferta cultural. La municipalidad, el
Estado como tal, es consciente de que tiene que haber una oferta para eso.
Hay una
institución en Francia llamada Colegio de Francia, que es la mejor institución
calificada desde el punto de vista académico, que tiene una característica: no
da grados, no da títulos, es gratuita y puede asistir el que quiera, no hay
ningún requisito para asistir, simplemente que haya una silla y que respete las
reglas del juego: que no fume, que no coma, que no grite, que no ronque.
Se ofrecen
clases magistrales dadas por algún premio Nobel o por grandes profesores. Mi
esposa, por ejemplo, estuvo durante ocho días en un seminario gratuito de
Umberto Eco, de Semántica medieval, pero no sobre la teoría de Umberto Eco,
sino dada por Umberto Eco. Dónde encuentra uno una oportunidad de esas. La
exigencia para poder participar, porque había limitación de sillas y de salas
donde proyectaban el evento por pantallas, era hacer una cola muy grande y
llegar temprano porque si no, no había dónde sentarse. Esto lo que quiere decir
es que la apertura de los espacios académicos y los aspectos culturales que tiene
la misma ciudad, las mismas escuelas, los mismos colegios es una base donde
habría espacios.
En otras
palabras, hay que tener manera de transmitir el conocimiento, y una opción es
que el Estado se haga un poco cargo de eso. No pretendo que la Universidad , que tiene
unos costos, los profesores, los salones, los impuestos, de repente abra las
puertas gratuitamente, pero sí puede haber una cooperación del Estado, como se
da, por ejemplo, en el caso de Medellín donde el municipio paga un número
determinado de boletas al Museo de Arte Moderno, al Museo de Antioquia, lo que
se traduce en una forma de culturizar y de educar a los niños. Entonces debe
haber, a mi modo de ver, un papel del Estado más activo para que haya una
oferta, y no solamente en lo cultural, vienen muchas actividades, en el
deporte, en todo lo que tiene que ver con el entretenimiento de los adultos
mayores.
En el caso
mío, encontré un cambio de 180° en mi vida. Pasé, repito, de trabajar en una
compañía como Suramericana, donde trabajé muchos años, a sentarme en un pupitre
que estaba a 38 años de distancia de mi vida. Es decir, yo hacía 38 años que me
había levantado del último pupitre de la Universidad Nacional
en la Escuela
de Minas. Llegar allá fue un choque muy fuerte porque lo primero que se me
ocurrió pensar fue que podía ser el tío de cualquiera de los muchachitos que
estaban allí. Además, trabajar en una disciplina absolutamente desconocida para
mí, en un idioma completamente ajeno. El esfuerzo y el engranaje fueron muy
difíciles. También aprendí a vivir una vida muy simple. Allá no se merca al
estilo del carro lleno de artículos amontonados hacia arriba, sino que uno va
cada día por un huevo… porque no hay dónde almacenar mucho mercado. Allá uno
mismo cocina y lava la ropa. Uno tiene que hacer todo. Me tocó dejar de ser un
inútil funcional.
A propósito,
cuando trabajaba en Suramericana tuve un conductor a quien quise mucho, trabajó
veinte años conmigo. En las proximidades a la jubilación, un día íbamos él y yo
solos, cosa rara porque yo andaba siempre muy acompañado, y me dijo: “Hombre,
yo estoy muy preocupado con su ida de Suramericana”. Yo le respondí: “Bueno, no
se preocupe, yo no sé quién me va a reemplazar, pero tenga la certeza de que
quien venga, si no se pone de acuerdo con usted, a usted no lo van a despedir
de Suramericana después de 20 años, olvídese, usted se jubila aquí, en alguna
otra cosa, con seguridad, esa certeza se la doy yo aunque no esté en mis
manos”. Y me contestó: “No, no, yo no estoy preocupado por eso, yo sé que no me
debo preocupar, estoy preocupado es por usted”. Le dije: “Pero por qué, yo
estoy muy contento”. Y me respondió: “Sí, pero es que usted es un inútil
infinito, usted no sabe hacer nada”. Él tenía razón. Parte de lo que me tocó
hacer a mí fue comprobar mis absolutas limitaciones. Soy “minusválido”,
digamos, en motricidad fina. Cuando mis hijos estaban pequeños y había un
problema doméstico en la casa y yo suponía que era capaz de arreglarlo, salían
corriendo a decirle a la mamá: “Corra que ahí va mi papá con un alicate”.
Les confieso
una cosa: mientras estuve en Suramericana no sabía hacer cola. Cuando se llega
a París, se encuentra con una costumbre y con una cultura que es la cultura de
la fila, por cualquier calle de París se puede armar de pronto una cola y
muchos entran en ella sin saber para dónde va.
Cuando
nosotros nos quejamos de lo que es la burocracia en Colombia, somos unos
aprendices, ellos son los profesores, eso allá es infinito. Es una cosa que va
contra la realidad, es una burocracia absorbente, bestial. Cuando uno llega
allá y hace una transferencia en un banco, por ejemplo, de la cuenta de ahorros
a la cuenta corriente, inmediatamente la debitan sale un mensaje: “En 24 horas
aparecerá acreditada en la cuenta destino”. Pero si es en un fin de semana, son
48 horas.
En todo, uno
tiene que valerse por sí mismo, y si no lo hace, simplemente desaparece porque
no hay quien lo haga por usted. Si no barre, el polvo lo saca, si no lava la
ropa, el mugre lo despacha, si no va a comprar el huevo, no hay huevo, si no va
a hacer la cola por la chequera, no hay nada. Finalmente, uno aprende a valerse
por sí mismo, ese aprendizaje fue muy importante en mi caso. Además, empieza a
preguntarse: “¿Para qué todo esto que acumulo en la vida, que son inutilidades?”.
Uno empieza a acumular cosas y cosas que son innecesarias. Allá se aprende a
vivir con mucho menos, más ligero de equipaje, como decía Borges. A tener
estrictamente lo necesario. Eso le hace la vida más simple.
Hay algo
fascinante, y es el aprendizaje, que es insaciable. A medida que pasa el
tiempo, se comprende mejor la condición humana, la historia del hombre, el
destino del hombre, y se reconoce también la inteligencia y el talento que hay
acumulados en el arte, la cultura, la historia, y la literatura. La vida de una
persona cuando envejece es distinta de la que tiene cuando está activa
profesional o laboralmente, pero de ninguna manera es el fin de la existencia.
Lo que hay que entender es que el aproximarse con una visión constructiva y
positiva a esa última etapa de la tercera edad del adulto mayor es sin lugar a
duda un problema de educación, de formación, de percepción de la vida, en el
cual le tiene que ayudar la misma sociedad. Las empresas deben prepararlo para
eso, las entidades idóneas deben aconsejarlo para hacer su ahorro pensional,
para que tenga la previsión y la precaución, el Estado debe jugar un papel que
amortigüe las condiciones de estas personas, para que además el hombre, desde
el punto de vista de la sociedad, se prepare para vivir más tiempo, para
costarle más a la sociedad. Las instituciones que hoy les prestan el servicio
de salud a los colombianos con la estructura que tienen hoy, con el número de
afiliados que tienen hoy, no son de ninguna manera viables a la vuelta de 20
años o de muy poco tiempo, es imposible porque no tienen la base ni la
estructura para hacerlo.
Si además
hay muchos jóvenes que no entran al torrente de la formalidad para cotizar,
para ahorrar pensionalmente, para pagar la contribución de la salud, el tema va
a ser mucho más complejo. Y nuestra responsabilidad, aunque sea una visión de
largo plazo, es hoy, y por eso celebro que una entidad como Comfama, por la
cual siento respeto y admiración, y que una institución como Suramericana, a la
que respeto y llevo en el corazón, puedan ser parte de una alianza que
seguramente será de muy largo plazo. Si no se empiezan a dar los pasos que hay
que dar, lo que se está construyendo es una especie de caos social terrible,
porque hay una realidad que es absolutamente indiscutible, la realidad
demográfica
En
particular, Medellín tiene el doble de personas adultas mayores frente a
personas menores de 15 años. O sea, nosotros tenemos uno de esos raros
privilegios de ser una sociedad más vieja que el resto de la sociedad colombiana.
Lo que queda claro es que hay que hacer tareas, y que hay que asumir con
madurez la vida y entender que la última etapa de ella, que es lo que llega
después del retiro, es una etapa que puede llegar a ser muy rica humanamente,
afectivamente, espiritualmente, físicamente, incluso.
Para
concluir, celebro mucho que se esté haciendo esta alianza, creo que es de una
gran importancia entender que en el horizonte, pero en el horizonte de corto
plazo, la vida de la sociedad colombiana se modificará considerablemente en la
medida en que es una sociedad con un grupo de ancianos que duran más tiempo,
que son mayores, con una base que se está estrechando en la pirámide para
sostener esos viejos. Que por el hecho de que seamos más los mayores, también
van apareciendo enfermedades, costos, necesidades sociales, van apareciendo
realidades sociales que la misma sociedad como tal y el Estado tienen que
contribuir. Qué bueno que se den alianzas como esta, entre el sector privado
con instituciones como Comfama y empresas como Suramericana, porque esto hay
que mirarlo como una realidad, como un riesgo, como un desafío, pero al mismo
tiempo como una gran oportunidad de mejorar la calidad de vida de muchos
colombianos que van llegando a esas edades.
Quiero
repetir que hay un espacio maravilloso para aprender en la vida, que se agota
cuando simplemente esta se le agote a uno; que el conocimiento es vastísimo,
que hay que acceder a él, que hay medios para hacerlo; que ojala se vayan
abriendo más y que una de las maneras de darle sentido a la vida que nos queda
es entenderla mejor, entender mejor al ser humano, la creación, el horizonte,
el futuro, la conducta humana, entenderse mejor a sí mismo y entender que la
vida es fascinante, a pesar de que cambien el almanaque y la cédula.
El único
mensaje central que quiero dejar es que cada uno tiene que estar preparado para
afrontar una realidad que es fantástica en la medida en que se la asuma, cada
cual con su proyecto, de una manera creativa, positiva, que también permita
fortalecer el espíritu, el amor, el afecto, el cariño, acercarse a las gentes
que le son próximas, a su familia, a sus amigos y vivir además también
sintiéndose útil. Una de las cosas que más conspiran psicológicamente en el
desempleo —además del tema económico y del tema de la pobreza, el tema de las
restricciones— es cuando uno se pregunta: “¿Cuál es mi papel en la sociedad?”,
y uno dice: “Ninguno, yo no hago nada”. También pasa lo mismo cuando uno ya en
la edad madura se cuestiona: “¿Y yo qué hago aquí?”. Y se responde: “Nada”.
Esas respuestas son muy duras, y todos tenemos que saber que podemos ser útiles
y que hay muchas maneras de serlo. La sociedad nuestra está llena de
necesidades. Hay muchísimas instituciones que colaboran para mejorar la vida de
los demás: en la educación, la salud, la niñez, la nutrición, la tercera edad,
la recuperación, los minusválidos, los limitados… hay muchísimas instituciones,
y el voluntariado es una de las oportunidades que uno tiene de servirles a los
demás. También, sirviéndoles a estas empresas, a las organizaciones no
gubernamentales, a muchas instituciones que hacen el bien. De manera que uno
tiene que inventarse en qué forma puede ayudar, en qué forma puede colaborar, y
no sentarse simplemente a esperar que pase el tiempo y que del más allá le
digan: “Llegó la hora y se acabó el carbón”. No, uno tiene que entender que
allá vamos a llegar, que lo van a llamar a lista, pero mientras tanto ser útil
para la sociedad y sentirse útil para sí mismo. Nicanor Restrepo Santamaría - Por:
2Orillas – 15 – 12 - 2013
1 comentario:
Hay personas que tiene el privilegio de planear su vida económica pero desaprovechan las oportunidades que le da la vida. Otros que no aceptan las situaciones propias del ciclo de la vida. Pero también las adversidades y las crisis despiertan en la sociedades la solidaridad.
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