12/25/2013

Mario Madrid-Malo: Hablemos del Terrorismo (I)

Mario Madrid-Malo: 
Hablemos del Terrorismo (I)
El terror –el sentimiento de miedo en su nivel más extremo— tiene un lugar notable en la historia de la religiosidad.  El maestro Rudolf Otto ha recordado que en el Antiguo Testamento se utiliza varias veces la expresión emat Yahvé (el terror de Dios), emparentada con el deima panikon (el terror pánico) de los griegos. En la literatura  del Israel precristiano el emat Yahvé es el espanto que ninguna criatura puede inspirar: el temor íntimo que sólo provoca el mysterium tremendum. “Yo sembraré el terror delante de ti” [Ex 23, 27], promete el Señor a Moisés cuando le da instrucciones sobre la entrada en el país de Canaán. “Aparta de mí la palma de tu mano y que tu terror no me atemorice” [Job 13, 21], exclama Job en una de sus requisitorias. 
Pero el terror ocupa también un sitio destacado en la trayectoria política de la humanidad. Él siempre está presente en los enfrentamientos bélicos de las sociedades precristianas, en las contiendas de la edad media, en las “guerras de religión” que flagelan el territorio europeo durante los siglos XVI y XVII, y en los conflictos armados de las edades moderna y contemporánea. Aterrorizar es algo inherente al fenómeno guerrero, como se aprecia fácilmente en cualquier libro de historia militar. Por algo los romanos representan a Ares, el dios de la guerra, escoltado por Deimo y Fobo: el temor que hace batirse en retirada y el temor que paraliza.   
Sin embargo, sólo en el siglo XVIII lo terrorífico es identificado como  categoría de linaje político. Durante la Revolución Francesa se da el nombre de régime de la terreur (régimen del terror) al sistema de implacable represión que entre 1793 y 1794 implanta Maximilano Robespierre contra los sospechosos de oponerse al nuevo orden revolucionario: un sistema que aterra deliberadamente, con la captura y con la pena de muerte, a cuantos presume culpables de disensión. 
El término terrorista —del cual viene la palabra terrorismo—  es acuñado tras la muerte de Robespierre  por el irlandés Edmund Burke —en su escrito Sobre una paz regicida— para referirse a la violencia estatal de los jacobinos. Pero a fines del siglo XIX esa palabra estremecedora comienza a usarse ya no para describir el abuso criminal del poder, sino la actividad delictiva de grupos anarquistas que se valen del magnicidio y del atentado con explosivos como mecanismos de acción política.
¿Qué es el Terrorismo?
En el umbral del siglo XXI se oye hablar todos los días del terrorismo y de los terroristas, y cada uno de nosotros cree tener una noción más o menos exacta de lo que significan esos dos vocablos. Sin embargo, como adelante se verá, su utilización jurídica está lejos de ser fácil.
Si acudimos a enciclopedias y diccionarios hallaremos muy variadas definiciones del terrorismo. Sirvan como ejemplo las siguientes: 
"Dominación por el terror II 2. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror". (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Madrid, 2001, V. II, p. 2165).
"Acción política violenta de individuos o de minorías organizadas contra personas, bienes o instituciones". (Charles Debbasch e Ives Daudet, Diccionario de términos políticos, Bogotá, 1985, p. 304).
"Sucesión de actos violentos que tienden a la consecución de una serie de daños, a las personas o a las cosas, de suma gravedad". (Varios, Diccionario jurídico Espasa, Madrid, 1991, p. 957).
"Intimidación contra el enemigo político que puede llegar hasta su destrucción física". (Óscar Arévalo y otros, Breve diccionario político, México, D. F., 1980, p. 132).
"Creación  de un clima de pánico por una situación de violencia en la que todos pueden ser víctimas, aun aquellos que participan de las ideas políticas generales de los terroristas". (Eduardo Haro Tecglen, Diccionario político, Barcelona, 1995, p. 405).
"Empleo deliberado del terror como instrumento de acción política o como método de guerra". (Mario Madrid-Malo Garizábal, Diccionario de la Constitución Política de Colombia, Bogotá, 2005, p. 388.
Como se ve, en la mayor parte de estas definiciones el terrorismo es identificado con el empleo injusto de la fuerza para diseminar el terror. Ello permite afirmar que no toda conducta violenta merece el calificativo de terrorista.
¿Por qué es tan difícil  prevenir y reprimir el terrorismo?
En la prevención y en la represión del terrorismo se presentan varias dificultades:
-  No hay entre los juristas consenso acerca de cómo definir el terrorismo para efectos de su tratamiento penal.
-  Ninguna de las personas que utiliza el terrorismo admite ser terrorista. El que en la política o en la guerra se vale del terror siempre tiene a mano falaces argumentos para presentarse, según el caso, como adalid de una causa noble, ejercitante del derecho a la legítima defensa o heroico defensor de los oprimidos.
- Las palabras “terrorismo” y “terrorista” han sido secuestradas por la propaganda, Los gobiernos autoritarios o totalitarios usan uno y otro vocablo para descalificar a los disidentes o para satanizar a los opositores que ejercen de manera legítima su derecho natural a la resistencia contra la opresión.
 -  No existe un solo tipo de terrorismo. La experiencia histórica demuestra que aun los Estados pueden aplicar criminalmente el terror, como sucedió durante el siglo XX en los países europeos gobernados por Hitler, Mussolini y Stalin, y en los países latinoamericanos gobernados por militares de orientación nazi-fascista.

 - En los listados internacionales de organizaciones terroristas éstas aparecen o desaparecen al ritmo de las conveniencias políticas de los Estados o de las necesidades de perdón y olvido planteadas en los procesos de paz o de retorno a la democracia.

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