Mario
Madrid-Malo:
Hablemos del Terrorismo (I)
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El terror
–el sentimiento de miedo en su nivel más extremo— tiene un lugar notable en la
historia de la religiosidad. El maestro
Rudolf Otto ha recordado que en el Antiguo Testamento se utiliza varias veces
la expresión emat Yahvé (el terror de Dios), emparentada con el deima panikon
(el terror pánico) de los griegos. En la literatura del Israel precristiano el emat Yahvé es el
espanto que ninguna criatura puede inspirar: el temor íntimo que sólo provoca
el mysterium tremendum. “Yo sembraré el terror delante de ti” [Ex 23, 27],
promete el Señor a Moisés cuando le da instrucciones sobre la entrada en el
país de Canaán. “Aparta de mí la palma de tu mano y que tu terror no me
atemorice” [Job 13, 21], exclama Job en una de sus requisitorias.
Pero el
terror ocupa también un sitio destacado en la trayectoria política de la
humanidad. Él siempre está presente en los enfrentamientos bélicos de las
sociedades precristianas, en las contiendas de la edad media, en las “guerras
de religión” que flagelan el territorio europeo durante los siglos XVI y XVII,
y en los conflictos armados de las edades moderna y contemporánea. Aterrorizar
es algo inherente al fenómeno guerrero, como se aprecia fácilmente en cualquier
libro de historia militar. Por algo los romanos representan a Ares, el dios de
la guerra, escoltado por Deimo y Fobo: el temor que hace batirse en retirada y
el temor que paraliza.
Sin embargo,
sólo en el siglo XVIII lo terrorífico es identificado como categoría de linaje político. Durante la Revolución Francesa
se da el nombre de régime de la terreur (régimen del terror) al sistema de implacable
represión que entre 1793 y 1794 implanta Maximilano Robespierre contra los
sospechosos de oponerse al nuevo orden revolucionario: un sistema que aterra
deliberadamente, con la captura y con la pena de muerte, a cuantos presume
culpables de disensión.
El término
terrorista —del cual viene la palabra terrorismo— es acuñado tras la muerte de Robespierre por el irlandés Edmund Burke —en su escrito
Sobre una paz regicida— para referirse a la violencia estatal de los jacobinos.
Pero a fines del siglo XIX esa palabra estremecedora comienza a usarse ya no
para describir el abuso criminal del poder, sino la actividad delictiva de
grupos anarquistas que se valen del magnicidio y del atentado con explosivos
como mecanismos de acción política.
¿Qué es el
Terrorismo?
En el umbral
del siglo XXI se oye hablar todos los días del terrorismo y de los terroristas,
y cada uno de nosotros cree tener una noción más o menos exacta de lo que
significan esos dos vocablos. Sin embargo, como adelante se verá, su utilización
jurídica está lejos de ser fácil.
Si acudimos
a enciclopedias y diccionarios hallaremos muy variadas definiciones del
terrorismo. Sirvan como ejemplo las siguientes:
"Dominación
por el terror II 2. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir
terror". (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española,
Madrid, 2001, V. II, p. 2165).
"Acción
política violenta de individuos o de minorías organizadas contra personas,
bienes o instituciones". (Charles Debbasch e Ives Daudet, Diccionario de
términos políticos, Bogotá, 1985, p. 304).
"Sucesión
de actos violentos que tienden a la consecución de una serie de daños, a las
personas o a las cosas, de suma gravedad". (Varios, Diccionario jurídico
Espasa, Madrid, 1991, p. 957).
"Intimidación
contra el enemigo político que puede llegar hasta su destrucción física".
(Óscar Arévalo y otros, Breve diccionario político, México, D. F., 1980, p.
132).
"Creación de un clima de pánico por una situación de
violencia en la que todos pueden ser víctimas, aun aquellos que participan de
las ideas políticas generales de los terroristas". (Eduardo Haro Tecglen,
Diccionario político, Barcelona, 1995, p. 405).
"Empleo
deliberado del terror como instrumento de acción política o como método de
guerra". (Mario Madrid-Malo Garizábal, Diccionario de la Constitución Política
de Colombia, Bogotá, 2005, p. 388.
Como se ve,
en la mayor parte de estas definiciones el terrorismo es identificado con el
empleo injusto de la fuerza para diseminar el terror. Ello permite afirmar que
no toda conducta violenta merece el calificativo de terrorista.
¿Por qué es
tan difícil prevenir y reprimir el
terrorismo?
En la
prevención y en la represión del terrorismo se presentan varias dificultades:
- No hay entre los juristas consenso acerca de
cómo definir el terrorismo para efectos de su tratamiento penal.
- Ninguna de las personas que utiliza el
terrorismo admite ser terrorista. El que en la política o en la guerra se vale
del terror siempre tiene a mano falaces argumentos para presentarse, según el
caso, como adalid de una causa noble, ejercitante del derecho a la legítima
defensa o heroico defensor de los oprimidos.
- Las
palabras “terrorismo” y “terrorista” han sido secuestradas por la propaganda,
Los gobiernos autoritarios o totalitarios usan uno y otro vocablo para
descalificar a los disidentes o para satanizar a los opositores que ejercen de
manera legítima su derecho natural a la resistencia contra la opresión.
- No
existe un solo tipo de terrorismo. La experiencia histórica demuestra que aun
los Estados pueden aplicar criminalmente el terror, como sucedió durante el
siglo XX en los países europeos gobernados por Hitler, Mussolini y Stalin, y en
los países latinoamericanos gobernados por militares de orientación nazi-fascista.
- En los listados internacionales de
organizaciones terroristas éstas aparecen o desaparecen al ritmo de las
conveniencias políticas de los Estados o de las necesidades de perdón y olvido
planteadas en los procesos de paz o de retorno a la democracia.
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