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Joaquín Robles Zabala |
Con la llegada de Uribe a la Casa de Nariño, recordaba
Cecilia Orozco Tascón en su última columna de 'El Espectador', empezó el
soborno a periodistas de medios importantes para que hicieran el trabajo sucio:
crear noticias falsas.
Más
allá de los criterios “reciente” y “novedoso”, estimados por los medios de
comunicación al publicar un hecho, están otros valores noticiosos que John
Fiske subraya en su libro Introducción al estudio de la comunicación (1984).
Uno de estos tiene que ver con lo sorprendente del acontecimiento, otro
enfatiza sobre su impacto negativo en la sociedad y, por último, su afectación
a una personalidad de la elite. Fiske resalta otro criterio que nos indica que
la balanza noticiosa nunca es equilibrada: los valores culturales que inserta
el mito. Y aunque los modelos con los que ilustra su estudio fueron tomados de
la prensa inglesa de finales de los sesenta, 50 años después no han perdido la
validez académica que catapultó a Fiske al parnaso de los grandes teóricos de
la comunicación del siglo XX.
Los
mitos son, pues, esos elementos culturales dominantes con los que un grupo
social intenta explicar unos acontecimientos de la vida, dándole así un estatus
de “lo real” que le permite, a su vez, justificar unos hechos. Estos mitos nos
dicen que la Policía, por ejemplo, es una institución que tiene como objetivos
mantener el orden y velar por el cumplimiento de las leyes. Nos dicen así mismo
que los sindicatos son gremios dirigidos por revoltosos de izquierda que tarde
o temprano terminarán acabando con las empresas y nada tienen que ver con esas
organizaciones que buscan el cumplimiento de los derechos laborales de los
trabajadores. Que las guerrillas son solo grupúsculos de bandidos que recorren
el país tomándose los pueblos, secuestrando campesinos, reclutando niños y
asaltando sexualmente a las niñas, sin dar explicación válida, en ningún
momento, de sus orígenes.
En
una guerra, nos recordaba hace un par de años el periodista español Mikel
Lejarza Ortiz, lo primero que muere es la verdad, y la mentira se convierte en
un arma poderosísima. Ya olvidamos que, en 2001, en la recta final de la
campaña por la Casa de Nariño, una serie de atentados terroristas sacudió a las
principales ciudades del país. En Barranquilla y su área metropolitana hizo
explosión un carrobomba y una carga de pentolita con varios kilos que tenía
como objetivo acabar con la vida del entonces candidato Álvaro Uribe Vélez fue
desactivada. En Bogotá, varios carros atiborrados de explosivos dejaron una
larga estela de sangre; otros fueron desactivados por el grupo de
antiexplosivos de la Policía. Lo mismo ocurrió en Medellín, Cali y Neiva, donde
la vida del mayor opcionado para llegar a la Presidencia estuvo pendiendo de un
hilo.
Todos
los vectores apuntaban a la guerrilla de las Farc. Las pesquisas, según la voz
oficial, señalaban a los comandos urbanos de las entonces poderosas Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia y al sanguinario Mono Jojoy. Luego el país
se enteró de que en aquellos “actos terroristas” nada tuvo que ver la
guerrilla, sino que fue la puesta en escena de unos hechos orquestados desde el
corazón mismo de la Policía y el Ejército Nacional. Por supuesto, los medios de
comunicación no dudaron en replicar lo que a los ojos de “los colombianos de
bien” se constituyó en acontecimientos repudiables desde cualquier ángulo que
se le mirase.
Las
Farc eran, sin duda, el chivo expiatorio, el caballito de guerra para convertir
al país en un campo de batalla donde todas las posibles atrocidades pudieran
justificarse en beneficio del bien mayor. El plan era hacer ver a la guerrilla
como los malvados del paseo, una horda de bandidos sin corazón, capaces de
borrar a Colombia del mapa con el fin de conseguir su anhelada meta: tomarse el
poder por la vía armada.
Lo
que vino después, cuando Uribe llegó a la Casa de Nariño, nos lo recordaba en
su última columna de El Espectador (09/01/2018) Cecilia Orozco Tascón, fue la
compra de periodistas de prestigiosos medios para que hicieran el trabajo
sucio: crear noticias falsas que le permitieran al Gobierno mostrarse ante los
colombianos como una administración que no solo combatía a los desadaptados con
mano dura, sino que también estaba guiando al país al desarrollo del siglo XXI.
Ese desarrollo incluyó –se ha olvidado-- la entrega de más de 30 empresas
nacionales a grupos económicos extranjeros, la “donación” de cientos de
millones de dólares a un “grupo de campesinos” a través del programa
gubernamental Agro Ingreso Seguro, AIS, y una extensa lista de jóvenes asesinados
que luego eran disfrazados y presentados ante los medios como guerrilleros
dados de baja en combate.
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Cecilia Orozco Tascón |
Desde
entonces, nos decía la columnista, el método empleado por el uribismo ha
evolucionado de aquellos terroríficos montajes de guerra a la compra de
periodistas, pasando por la elaboración de noticias espurias hasta llegar a lo
que Orozco ha denominado “fabricación de periodistas” como Gustavo Rugeles,
puesto al servicio de personajes como Abelardo de la Espriella, quien, al
parecer, lo salvó de ir a la cárcel por destrozarle el rostro a golpes a una
antigua compañera sentimental.
Pero
más allá de este tejemaneje oscuro, lo que se ha puesto en marcha hoy es la
proliferación de páginas webs y portales como El Expediente, dirigido por
Rugeles; Los Irreverentes, un dudoso sitio digital comandado desde Miami por
otro personaje sumamente polémico y declarado uribista como es Ernesto Yamhure,
quien desapareció del panorama social nacional cuando el periódico Un Pasquín
develó su estrecha relación con el célebre paramilitar Carlos Castaño, un
extraño pero eficiente corrector de estilo que, además, le decía qué temas
podía abordar en su columna de El Espectador y cómo podía abogar de manera
subrepticia por las AUC.
En
este mismo listado de portales digitales afines al creador del Centro
Democrático se destacan El Nodo, administrado por Mario Alexander Penagos; Oiga
Noticias, del cual se desconoce sus patrocinadores pero que ha creado toda una
escuela que ataca sin misericordia y de forma rastrera a todo aquel que exprese
una opinión negativa contra el expresidente y senador Uribe. Uno de sus
favoritos, a quien, incluso, han tildado de narcotraficante, es a Daniel
Coronell, el mejor columnista, de lejos, que tiene Colombia, amenazado
innumerables veces de muerte por su posición crítica ante las políticas de la
extrema derecha. En la misma línea se destacan Costa Noticias, un portal que,
según Lasillavacía, tiene su sede en Valledupar, Debate, dirigido por el
consigliere antioqueño y actual senador José Obdulio Gaviria, y una emisora
cordobesa llamada 38 grados Montería Radio, muy cercana al destituido senador
Bernardo ‘Ñoño‘ Elías y al exgobernador de Córdoba Alejandro José Lyons Muskus,
investigado por la justicia por la apropiación de más de 100.000 millones de
pesos.
Tampoco
debería extrañar que El Telégrafo, un periódico digital creado en la capital
cordobesa, y afín a las políticas de Uribe Vélez, tenga como columnista a una
“luminaria del derecho” colombiano como Abelardo de la Espriella y a un
excandidato presidencial de la talla de Rafael Nieto, quien ratificó en una
entrevista las amenazas proferidas, meses atrás, por el exministro Fernando
Londoño en una convención del Centro Democrático de “hacer añicos ese papel mal
llamado acuerdos de paz” si algunos de los afines a esa colectividad
llegaba a la Casa de Nariño. Gustavo
Rugeles, el golpeador de mujeres, hace parte, curiosamente, de ese abanico de
opinantes del “destacado” portal monteriano. – Por: Joaquín Robles Zabala – Semana.com
- Opinión - 17 – 01 - 2018 - Twitter: @joaquinroblesza - Email: robleszabala@gmail.com - *Magíster en
comunicación
Comcrear Óriente: Organo de Expresión del Movimiento Cívico
“Ramón Emilio Arcila”
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