6/03/2011

ANTONIO NARIÑO: LA DIGNIDAD DE UN VERDADERO PADRE DE LA PATRIA


Defensa de Nariño ante el Senado

Tiene 58 años, pero aparenta más. El largo encierro en calabozos españoles por haber traducido del francés y haber divulgado en la Nueva Granada de 1793 los Derechos del hombre y del ciudadano; las jornadas bélicas después de 1810; el gobierno; la vuelta a prisiones españolas hasta 1820... lo han arrugado y encanecido, han apagado el brillo de sus ojos, han hecho vacilantes sus pasos.

Es el personaje “de otro tiempo” que, llevado al Congreso por Bolívar, siente íntimamente que su patria ya no lo necesita, que su ciudad, Bogotá, no lo recuerda, y que las consideraciones mostradas por Bolívar para con él, lo sitúa de ese lado, ante los amigos y partidarios de Santander.

De ahí que diputados santanderistas como Vicente Azuero y Diego Gómez, instauren en el Senado una acusación contra Antonio Nariño, con ánimo de sacarlo otra vez del juego.

Pero Antonio Nariño parece despertarse y crecer ante las inculpaciones. Todo el ardor de sus años juveniles, su brío, el imán de su presencia, vuelven a concentrarse en este hombre prematuramente senil, que realiza una apabullante defensa en el Senado.
 
Dice Antonio Nariño el 14 de mayo de 1823:

«Señores de la Cámara del Senado: Hoy me presento, señores, como reo ante el Senado de que he sido nombrado miembro, y acusado por el Congreso que yo mismo he instalado, y que ha hecho este nombramiento; si los delitos de que se me acusa hubieran sido cometidos después de la instalación del congreso, nada tenía de particular esta acusación; lo que tiene de admirable es ver a dos hombres que no habrían quizá nacido, cuando yo ya padecía por la patria, haciéndome cargos de inhabilitación para ser senador, después de haber mandado en la república, política y militarmente en los primeros puestos sin que a nadie le haya ocurrido hacerme tales objeciones. Pero lejos de sentir este paso atrevido, yo les doy las gracias por haberme proporcionado la ocasión de poder hablar en público sobre unos puntos que daban pábulo a mis enemigos para sus murmuraciones secretas; hoy se pondrá en claro, y deberé a estos mismos enemigos no mi vindicación, de que jamás he creído tener necesidad, sino el poder hablar sin rubor de mis propias acciones. Qué satisfactorio es para mí, señores, verme hoy, como en otro tiempo Timoleón, acusado ante un senado que él había creado, acusado por dos jóvenes, acusado por malversación, después de los servicios que había hecho a la república, y el poderos decir sus mismas palabras al principiar el juicio: “Oíd a mis acusadores –decía aquel grande hombre– oídlos, señores, advertid que todo ciudadano tiene derecho de acusarme y que en no permitirlo, daríais un golpe a esa misma libertad que me es tan glorioso haberos dado”.

Tres son los cargos que se me hacen, como lo acabáis de oír:
1.    De malversación en la tesorería de diezmos, ahora treinta años.
2.    De traidor a la patria, habiéndome entregado voluntariamente en Pasto al enemigo, cuando iba mandando de general en jefe de la expedición del sur el año de 14.
3.    De no tener el tiempo de residencia en Colombia, que previene la Constitución, por haber estado ausente por mi gusto, y no por causa de la república.

... Suponed, señores, que en lugar de haber establecido una imprenta a mi costa; en lugar de haber impreso los Derechos del Hombre; en lugar de haber acopiado una exquisita librería de muchos miles de libros escogidos; en lugar de haber propagado las ideas de libertad, hasta en los escritos de mi defensa, como se verá después, sólo hubiera pensado en mi fortuna particular, en adular a los virreyes, con quienes tenía amistad, y en hacer la corte a los oidores, como mis enemigos se la han hecho a los expedicionarios. ¿Cuál habría sido mi caudal en los 16 años que transcurrieron hasta la revolución? ¿Cuál habría sido hasta el día?... Y porque todo lo he sacrificado por amor a la Patria, se me acusa hoy, se me insulta, con estos mismos sacrificios, se me hace un crimen de haber dado lugar con la publicación de los Derechos del Hombre, a que se confiscaran mis bienes, se hiciera pagar a mis fiadores, se arruinara mi fortuna y se dejara en la mendicidad a mi familia, a mis tiernos hijos. En toda otra república, en otras almas que las de Diego Gómez y Vicente Azuero, se habría propuesto, en lugar de una acusación, que se pagasen mis deudas del tesoro público, vista la causa que las había ocasionado, y los 29 años que después habían transcurrido. Dudar, señores, que mis sacrificios han sido por amor a la Patria, es dudar del testimonio de vuestros propios ojos.

¿Hay entre las personas que hoy me escuchan, hay en esta ciudad y en toda la república una sola que ignore los sucesos de estos 29 años? ¿Hay quien no sepa que la mayor parte de ellos los he pasado encerrado en el cuartel de caballería, de esta ciudad, en el de milicias de Santa Marta, en el del Fijo de Cartagena, en las bóvedas de Bocachica, en el castillo del Príncipe de La Habana, en Pasto, en el Callao de Lima, y últimamente en los calabozos de la cárcel de Cádiz? ¿Hay quien no sepa que he sido conducido dos veces en partida de registro a España y otra hasta Cartagena? Todos los saben; pero no saben, ni pueden saber, los sufrimientos, las hambres, las desnudeces, las miserias que he padecido en estos lugares de horror, por una larga serie de años. Que se levanten hoy del sepulcro Miranda, Montúfar, el virtuoso Ordóñez, y digan si pudieron resistir a sólo una parte de lo que yo por tantos años he sufrido. Que los vivos y los muertos os digan si en toda la república hay otro que os pueda presentar una cadena de trabajos tan continuados y tan largos como los que yo he padecido por la Patria, por esta Patria por quien hoy mismo se me está haciendo padecer. Sí, señores, hoy estamos dando al mundo el escandaloso espectáculo de un juicio, a que no se atrevió el mismo gobierno español; él ha dicho, en términos claros, que se retenga el sobrante de mis bienes, después de pagado el alcance a disposición de la real audiencia; él ha creído que había un sobrante y, por lo mismo, nunca me juzgó fallido. Pero quizás mis acusadores tendrán razón en el otro punto que voy a tratar. Veámoslo.

El segundo cargo es el haberme entregado voluntariamente en Pasto al enemigo, cuando iba mandando la expedición del sur el año de 13. Es decir, que después de 20 años de sacrificios  y servicios hechos a la causa de la libertad de mi patria, siendo presidente dictador de Cundinamarca y general en jefe de esta expedición, siempre victoriosa, me dio la gana de entregarme al furor de los pastusos y al gobierno español, de cuyas garras había escapado milagrosamente, no una vez, sino tres ocasiones diferentes. ¿Y será preciso, señores, que yo me presente ahora cargado de documentos para justificarme ante el senado? ¿Es preciso ser un Diego Gómez, un Azuero, para atreverse, con tanta desvergüenza a estampar, en medio de un congreso, semejante acusación? ¿Qué era lo que yo iba a buscar a Pasto? ¿Qué servicios los que iba a prestar al gobierno español? ¿Conduje conmigo algún tesoro, algunas personas importantes? ¿Entregué el ejército que iba a mis órdenes? ¿Llevaba conmigo documentos que justificasen mi amor y fidelidad al rey?... Y si nada de esto llevaba, ¿qué es lo que iba a buscar a Pasto?

Los hombres, en semejantes momentos no se mueven sino por el interés, la ambición, la gloria, o el amor a la Patria. Yo pregunto a mis acusadores, ¿cuál de estos móviles me conducirían a Pasto voluntariamente? ¿Iría a buscar una fortuna entre los pastusos a quienes acababa de destruir sus ganados para mantener mis tropas? ¿Iría tras unos empleos superiores a los que dejaba en el seno de mi patria? ¿O buscaría la gloria de abandonarla, para hacerle la guerra y destruir una libertad que me costaba ya tantos años de sacrificio?...

No hablemos del último motivo, porque por cualquier lado que se le mire, siempre resulta, o imposible o glorioso para mí: si el amor a la Patria me obligó a hacer los sacrificios que hice, y exponerme a los riesgos a que me expuse, este paso sería un mérito y no un delito; y si se cree imposible que en tal caso me pudiese conducir este motivo, yo no hallo cuál pudiese ser el que me condujo voluntariamente entre los enemigos. Que lo digan mis atrevidos acusadores. ¿Sería acaso el miedo? Pero además de que no habrá un solo oficial, ni soldado que me lo pueda echar en cara, esto sería lo mismo que correr hacia las llamas un hombre que tuviese miedo al fuego. Pues ¿cuál fue el motivo, se me dirá, que lo condujo a usted a Pasto?

...El tercer cargo que se me hace es la falta de residencia que exige la Constitución por haber estado ausente, dice Diego Gómez “por mi gusto y no por causa de la república”. Nada más bello, señores, nada más conforme con las ideas del señor Diego Gómez que este cargo. Sí, señores, él acaba de correr el velo a esta maldita intriga; él os descubre las intenciones, las miras, la razón y la justicia conque me han hecho los otros cargos. Por mi gusto dejé de ser presidente dictador de Cundinamarca; por mi gusto dejé de ser general en jefe de los ejércitos combinados de la república; por mi gusto perdí veinte años de sacrificios hechos a la libertad, las penalidades de ocho meses de marchas y el fruto de las victorias que acababa de conseguir; por mi gusto abandoné mi patria, las comodidades de mi casa, la compañía de mis amigos y mi numerosa familia; por mi gusto desprecié el amor de los pueblos que mandaba, para irme a sentar con un par de grillos entre los feroces pastusos que a cada hora pedían mi cabeza; por mi gusto permanecí allí trece meses sufriendo toda suerte de privaciones y de insultos; por mi gusto fui transportado preso entre doscientos hombres hasta Guayaquil, y de allí a Lima, y de Lima por el Cabo de Hornos, a la real cárcel de Cádiz; por mi gusto permanecía cuatro años en esta cárcel, encerrado en un cuarto, desnudo y comiendo el rancho de la enfermería, sin que se me permitiese saber de mi familia. ¿No os parece, señores, que es más claro que la luz del día, que yo he estado ausente por mi gusto y no por causa de la república? Que no le dé al señor Diego Gómez y a sus ilustres compañeros de acusación un antojo semejante. ¡Cuánto ganaría la república conque tuvieran tan buen gusto!

...Y a vista de semejante escandalosa acusación, comenzada por el primer congreso general y al abrirse la primera legislatura, ¿qué deberemos presagiar de nuestra república? ¿Qué podemos esperar para lo sucesivo si mis acusadores triunfan o qué, si se quedan impunes? Por una de esas singularidades que no están en la previsión humana, este juicio, que a primera vista parece de poca importancia, va a ser la piedra angular del edificio de vuestra reputación. Hoy, señores, hoy va a ver cada ciudadano lo que debe esperar para la seguridad de su honor, de sus bienes, de su persona; hoy va a ver toda la república lo que debe esperar de vosotros para su gloria. En vano, señores, dictaréis decretos y promulgaréis leyes llenas de sabiduría; en vano os habréis reunido en este templo augusto de la ley, si el público sigue viendo a Gómez y Azuero sentados en los primeros tribunales de justicia, y a Barrionuevo insultando impunemente por las calles a los superiores, al pacífico ciudadano, al honrado menestral. En vano serán vuestros trabajos y las justas esperanzas que en vuestra sabiduría tenemos fundadas. Si vemos ejemplos semejantes en las antiguas repúblicas, si los vemos en Roma y Atenas, los vemos en su decadencia, en medio de la corrupción a que su misma opulencia los había conducido. En el nacimiento de la república romana vemos a Bruto sacrificando a su mismo hijo por el amor a la justicia y a la libertad; y en su decadencia a Clodio, a Catilina, a Marco Antonio sacrificando a Cicerón por sus intereses personales. Atenas nació bajo las espigas de Ceres, se elevó a la sombra de la justicia del Areópago, murió con Milcíades, con Sócrates y Foción. ¿Qué debemos esperar, pues, de nuestra república si comienza por donde las otras acabaron? Al principio del reino de Tiberio, dice un célebre escritor, la complacencia, la adulación, la bajeza, la infamia, se hicieron artes necesarias a todos los que quisieron agradar; así todos los motivos que hacen obrar a los hombres, los apartaban de la virtud, que cesó de tener partidarios desde el momento en que comenzó a ser peligrosa. Si vosotros, señores, al presentaros a la faz del mundo como legisladores, como jueces, como defensores de la libertad y la virtud, no dais un ejemplo de la integridad de Bruto, del desinterés de Foción y de la justicia severa del tribunal de Atenas, nuestra libertad va a morir en su nacimiento. Desde la hora en que triunfe el hombre atrevido, desvergonzado, intrigante, adulador, el reino de Tiberio empieza y el de la libertad acaba».



1 comentario:

colombianito dijo...

QUE COINCIDENCIA; EL JUICIO CON TRA ANTONIO NARIÑO, PARECE LLEVA DO POR UN SUJETO COMO EL PROCURA DOR ORDÓÑEZ........NADA QUE VER CON LA VERDAD, JUSTICIA Y REPARA CIÓN. LO IMPORTANTE,ES PERJUDICAR
Y CONDENAR, AUNQUE LA VERDAD NI SIQUIERA SE ASOME AL PROCESO ! ! !