Ignacio
Ramonet (Redondela, 1943), es uno de los pensadores más lúcidos de los últimos
tiempos. Instalado en París desde 1972, sociólogo y semiólogo, especialista en
geopolítica, profesor de Teoría de la Comunicación , sagaz periodista, su forma de mirar
e interpretar la modernidad y, por extensión, la globalización, hace de sus
ideas un punto de inflexión necesario contra el pensamiento dominante. Diario
Kafka ha hablado con él sobre la actualidad política, la crisis y los
emergentes movimientos sociales, Europa y el porvenir.
Diario
Kafka: ¿Asistimos a un renacimiento de los movimientos de protesta ciudadana?
Ignacio
Ramonet: Desde que estalló la actual crisis financiero-económica, en 2008, estamos
asistiendo a una multiplicación de los movimientos de protesta ciudadana. En
primer lugar, en los países más afectados (Irlanda, Grecia, Portugal, España),
los ciudadanos –cívicamente– apostaron por apoyar, con sus votos, a la
oposición, pensando que esta aportaría un cambio de política tendente a menos
austeridad y menos ajuste. Pero cuando todos estos países cambiaron de
Gobierno, pasando de la izquierda o centro-izquierda a la derecha o
centro-derecha, la estupefacción fue completa, ya que los nuevos Gobiernos
conservadores radicalizaron aún más las políticas restrictivas y exigieron más
sacrificios, más sangre y más lagrimas a los ciudadanos. Ahí es cuando empiezan
las protestas. Sobre todo porque los ciudadanos tienen ante sus ojos los
ejemplos de dos protestas con éxito: la del pueblo unido en Islandia y la de
los contestatarios que tumban las dictaduras en Túnez y Egipto. Además, destaca
el hecho de que las redes sociales están facilitando formas de la organización
espontánea de las masas sin necesidad de líder, de organización política, ni de
programa. Todo está listo entonces para que surjan, en mayo de 2011, los
indignados españoles, y que su ejemplo se imite de un modo u otro en toda la Europa del sur.
DK: ¿Por qué
los partidos políticos de la izquierda son mal comprendidos por estos
movimientos?
IR: Porque
lo que los medios califican de "partidos políticos de la izquierda"
tienen, en opinión de esos movimientos y de las mayorías exasperadas, muy poco
de izquierda. No hay que olvidar, además, que estos partidos están
comprometidos con esta misma política conservadora que ellos fueron los
primeros en aplicar, sin anestesia. Recuérdese lo que ocurrió en España cuando,
de pronto, en mayo de 2011, Rodríguez Zapatero, sin avisar ni explicar, decidió
aplicar un brutal plan de ajuste ultraliberal que era exactamente lo contrario
del ADN del socialismo.
DK. ¿Cuál
fue el pecado original de Mayo del 68? ¿Son los movimientos de hoy hijos
tardíos del 68? ¿Cree que pueden
realmente construir contrapoder político, alternativa real de Gobierno, o son
más bien movimientos emocionales?
IR: No se
pueden comparar las dos épocas. Mayo del 68 era una crisis contra un país en
expansión (nacimiento de la sociedad de consumo, crecimiento alto, pleno
empleo), que seguía siendo profundamente conservador y hasta arcaico en materia
de costumbres. Hoy sabemos que fue menos una crisis política que una crisis
cultural. El movimiento del 15M, sin embargo, es el reflejo del derrumbe
general de todas las instituciones (Corona, justicia, Gobierno, oposición,
Iglesia, autonomías...). En ese sentido, es lo más positivo que ha ocurrido en
la política española desde el final del franquismo. Lo más fresco e innovador.
Aunque no se ha traducido en movimiento político con perspectivas de conquistar
el poder, revela un sentimiento profundo de hartura de la sociedad española
golpeada por la crisis y por las brutales medidas de austeridad del Gobierno de
Mariano Rajoy. Se podría decir que los movimientos de protesta son una buena noticia
ya que demuestran que las sociedades europeas, y en particular su juventud tan
castigada por la crisis social, está expresando su descontento general hacia la
situación que se está viviendo y hacia el tipo de solución neoliberal que los
Gobiernos y la Unión
Europea están aplicando contra la crisis. Es más, estos
movimientos rechazan la adopción de medidas de austeridad extremadamente
serias, de ajuste económico, en una Europa del sur donde más del 20% de los
jóvenes menores de treinta años se encuentra en paro. Curiosamente, esta
juventud se expresa de una manera pacífica, no violenta, inspirándose en varios
movimientos generales.
DK: ¿Qué
otros efectos está produciendo esta crisis en Europa?
IR: La
crisis se está traduciendo también en un aumento del miedo y del resentimiento.
La gente vive en estado de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven los grandes
pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del empleo, los
choques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes naturales, la inseguridad
generalizada. Todo ello es un desafío para las democracias, porque ese
"terror difuso" se transforma a veces en odio y repudio. En varios
países europeos, ese odio se dirige hoy contra el extranjero, el inmigrante, el
diferente, los otros (musulmanes, gitanos, subsaharianos, sin papeles...) y
crecen los partidos xenófobos, racistas y de extrema derecha.
DK: ¿Son los
movimientos sociales y políticos actuales, culminando en el 15M, capaces
superar a los partidos políticos tradicionales de la izquierda?
IR: No
sabemos hacer política sin partidos políticos. Lo que reclaman los
contestatarios, los indignados en casi toda Europa del sur, es cambiar las
reglas del juego: desmontar el truco. Nuevas reglas supondrían, por ejemplo en
España, una nueva Constitución como reclama un número cada vez mayor de
ciudadanos. Una Constitución que dé más poder a los ciudadanos, que garantice
más justicia social y que sancione a los responsables del actual naufragio. Un
naufragio que no puede sorprender a nadie. El escándalo de las hipotecas basura
era sabido por todos. Igual que el exceso de liquidez orientado a la
especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Nadie se
inmutaba, porque el crimen beneficiaba a muchos. Y se siguió afirmando que la
empresa privada y el mercado lo arreglaban todo. En la historia larga de la
economía, el Estado ha sido siempre un actor central. Solo desde hace treinta
años –o sea, nada en una historia de siglos–, el mercado ha querido expulsar al
Estado del campo de la economía. Hay que volver al sentido común, a un
keynesianismo razonable: tanto Estado como sea necesario y tanto mercado como
sea indispensable. La prueba evidente del fracaso del sistema neoliberal actual
son los ajustes y rescates que demuestran que los mercados no son capaces de
regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Además,
se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero
se socializan las pérdidas. Se hace ahora pagar a los pobres las excentricidades
irracionales de los banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a
pagar, ¡con empobrecerlos aún más! ¿Se producirá un incendio social? No es
imposible. Las repercusiones sociales del cataclismo económico son de una
brutalidad inédita: 23 millones de parados en la Unión Europea y más
de 80 millones de pobres. Los jóvenes aparecen como las víctimas principales.
Por eso, de Madrid a Londres y Atenas, de Nicosia a Roma, una ola de
indignación levanta a la juventud. Añádase, además, que en la actualidad, las
clases medias también están asustadas porque el modelo neoliberal de
crecimiento las está abandonando al borde del camino. En España, una parte se
unió a los jóvenes para rechazar el integrismo ultraliberal de la Unión Europea y del
Gobierno. “No nos representan”, dijeron todos los indignados.
DK: ¿Cómo ve
Europa y el proyecto común europeo dominado, estos años, por Alemania y su
política de austeridad?
IR: El curso
de la globalización parece como suspendido. Se habla cada vez más de
desglobalización, de descrecimiento. El péndulo había ido demasiado lejos en la
dirección neoliberal y ahora podría ir en la dirección contraria. Ha llegado la
hora de reinventar la política y el mundo. Todas las sociedades del sur de
Europa se han vuelto furiosamente anti alemanas puesto que Alemania, sin que
nadie le haya otorgado ese derecho, se ha erigido en jefe –autoproclamado – de la Unión Europea
enarbolando un programa de sadismo económico. Europa es ahora, para millones de
ciudadanos, sinónimo de castigo y sufrimiento: una utopía negativa.
DK: ¿Hay
alternativas frente al abandono del campo de batalla de la socialdemocracia
tradicional?
IR: La
socialdemocracia ha fracasado porque ella misma ha participado en la
liquidación del Estado de bienestar, que era su principal conquista y su gran
seña de identidad. De ahí el desarraigo de muchos ciudadanos que pasan de la
política absteniéndose, limitándose a protestar o votando por Beppe Grillo (que
es una manera de preferir un payaso auténtico en lugar de sus hipócritas
copias). Otros han decidido votar a la extrema derecha, que sube
espectacularmente en todas partes, o en menor grado, optar por la izquierda de
la izquierda que encarna hoy el único discurso progresista audible. Así estaban
también en América Latina hace poco más de un decenio, cuando las protestas
derrocaban Gobiernos democráticamente elegidos (en Argentina, Bolivia, Ecuador,
Perú...), que aplicaban con saña los ajustes dictados por el FMI. Hasta que los
movimientos sociales de protesta convergieron con una generación de nuevos
líderes políticos (Chávez, Morales, Correa, Kirchner, Lula, Lugo...) que
canalizaron la poderosa energía transformadora y la condujeron a votar en las
urnas programas de refundación política (constituyente), de reconquista
económica (nacionalizaciones, keynesianismo) y de regeneración social. En ese
sentido, se observa cómo a una Europa desorientada y grogui, América Latina le
está indicando el camino.
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