Carlos Suárez fue retirado de las filas y vive aislado en
una finca a raíz de su valiente investigación sobre este oscuro capítulo de las
Fuerzas Militares
Es probable que el General Carlos Suarez no se ha enterado
que 21 de los militares que el denunció por casos de falsos positivos hayan
sido condenados a penas de 21 y 35 años de prisión.
Ahora
está dedicado a vivir tranquilo en su finca de Facatativá. Lo único que le importa
es poder sintonizar en su televisor a los cinco ciclistas colombianos que
compiten en la Vuelta al País Vasco, pero no los ve. Reacciona rabioso
convencido de que lo están escuchando quienes toman decisiones o quizá la tropa
a la que durante sus 35 años de servicio siempre quiso inculcarle pasión y
compromiso. Quiere estar seguro que sus quejas tengan un interlocutor. Como se
lo propuso cuando llegó con su cartapacio de documentos a presentar el informe,
el más delicado de su carrera militar. Allí, en la Casa de Nariño, lo esperaban
a mediados del 2008 el Presidente Uribe, el ministro de Defensa Juan Manuel
Santos y el general Freddy Padilla León.
El
general Suárez, hasta entones auditor general, llegaba con su informe debajo
del brazo producto de un recorrido por los distintos cuarteles a lo largo y
ancho del territorio, muchos de ellos ubicados en zonas de conflicto donde
habían tenido que vivir el ascenso de las Farc en los gobiernos de Ernesto
Samper y Andrés Pastrana —a pesar de haber iniciado un proceso de paz con esta
guerrilla— y su enfrentamiento a fondo desde comienzos del gobierno de Álvaro
Uribe y durante todo su primer gobierno quien había asumido en el día a día de
su mandato su rol de comandante en jefe de las Fuerzas Militares como lo determina
la Constitución. Uribe no delegaba esta responsabilidad y su comunicación con
los cuarteles llegaba hasta la base de la cadena de mando.
A
comienzos del 2008, en el segundo año del segundo periodo de Uribe, empezaron a
reportarse una cadena de muertes, que se presentaban como “bajas en combate”,
en los municipios de Soacha, vecino de Bogotá, y Ocaña en Norte de Santander.
El Ejército dio un parte de 19 guerrilleros en enfrentamientos con la
guerrilla. Mujeres comenzaron a presentar denuncias sobre desapariciones de
jóvenes, vecinos, hijos de conocidos en ambas zonas. El cuadro resultaba
extraño pero llamaba especialmente la atención que en los levantamientos de los
cadáveres, los presuntos insurgentes tenían heridas que revelaban tiros de
gracia, como si se tratara de ejecuciones y no muertos en combate. Los indicios
llevaron al comandante del Ejército a tomar medidas para esclarecer los hechos.
El escogido para liderar la investigación fue el general Carlos Arturo Suárez
quien venía de lucirse en la conducción de la Operación Jaque que terminó con
el rescate de Ingrid Betancourt, los tres norteamericanos y varios miembros del
Ejército colombiano.
El
general Suárez fue el artífice de la operación Jaque, pero le cedió el
protagonismo al comandante Freddy Padilla de León y al entonces MinDefensa Juan
Manuel Santos. Se aplicó a fondo en su tarea. Cuando llegaba a las guarniciones
militares, los oficiales investigados trataban de apaciguarlo ofreciéndole un
trago o un almuerzo, amabilidad y simpatía a la manera como habían manejado
auditorías e investigaciones en el pasado. Con Suárez se equivocaban, estaba
hecho de otra pasta. Para él estaba claro que nadie debería temer una
inspección cuando se obraba con rectitud porque en la guerra solo son posibles
tres situaciones: los combates, los errores y los crímenes.
Un
paisa nacido en Sonsón Antioquia, le entregó al Ejército más de la mitad de sus
64 años de vida. Formado en una familia católica de doce hijos, su profunda fe
religiosa lo ha guiado en las duras y las maduras. Cuando estuvo en las décadas
más terribles del conflicto en los 80 y 90 en las llamadas zonas rojas en el
Magdalena Medio o Urabá, el general nunca se desesperó por conseguir resultados
fáciles sino por hacer su tarea de combate pero sin descuidar el bienestar de
la comunidad.
Como
comandante, aunque lo apreciaban dentro de la tropa, su voluntad de no caer en
el sectarismo castrense le trajo enemigos. A un sector de los militares le
incomodaba su mente abierta, su capacidad de entender al otro así estuviera en
la otra orilla. En San Juan de Sumapaz, por ejemplo, se presentó con Mario
Upegui, un veterano militante del Partido Comunista, a una reunión en donde los
pobladores de esa cuna de resistencia de luchadores de izquierda pudieron
expresarle libremente a los militares los vejámenes que sufrían por parte de la
fuerza pública. Los uniformados se ofendieron cuando escucharon que el alcalde
de esa localidad los saludó con un “Buenos días, camaradas” y llegaron a
indignarse cuando vieron a Suárez responder el saludo con una sonrisa, fiel a
su creencia en que ninguna posición extrema sirve en un país en conflicto. Ese
es Carlos Arturo Suárez.
El
mismo que no dudó en revelar la realidad de lo que encontró después de muchas
entrevistas a comandantes de guarniciones y de leer bitácoras de guerra. Estaba
claro: ninguno de los 19 guerrilleros presentaba antecedentes penales e incluso
uno de ellos, Fair Leonardo Porras, era un muchacho que presentaba discapacidad
mental. En el afán por obtener resultados, varios comandantes del Ejército
habían aprobado la ejecución de estos jóvenes inocentes para después hacerlos
pasar por integrantes de las Farc.
Luz
Marina Bernal sostiene una foto de su hijo Fair Leonardo Porras, uno de los
jóvenes de Soacha presentados como falsos positivos por el EjércitoLos
operativos de Suárez eran silenciosos, efectivos y económicos: casi nunca se
gastaba una bala. En el 2004, el Ejército planeaba adentrarse en lo más
profundo de la selva del Caguán para sacar de allí a Anayibe Rojas Valderrama,
alias Sonia, una de las guerrilleras más reconocidas de las Farc. Mientras los
otros oficiales determinaban con qué tipo de bombas podrían acosar el
campamento, Suárez, como comandante de la Brigada contra el narcotráfico,
expuso un plan en donde se garantizaría que no se dispararía una sola arma y
que ninguno de los soldados saldría herido. Después de una larga disputa con
los oficiales, su plan se impuso. La exitosa misión duró cinco horas y fue
llevada con pulso de cirujano por el comandante.
Pero
el Informe que tenía entre manos era de otro tenor. Se metía nada menos que con
el corazón de la operación en terreno y ponía en entredicho el accionar en el
campo de batalla. Comprometía además una línea de mando en donde estaban muchos
de sus compañeros de carrera. Sin embargo, no le tembló el pulso. Frente al
Presidente Uribe, el ministro de Defensa Juan Manuel Santos y el comandante de
las Fuerzas Militares Fredy Padilla de León presentaron las 70 páginas de su
documento elaborado con precisión y equilibro. El resultado fue tan contundente
que el 29 de octubre de 2008 a los pocos días de haberlo recibido, el
Presidente Uribe ordenó la baja de 27 oficiales del Ejército. Había nacido el
concepto de los “Falsos Positivos” que equivalía en el lenguaje militar a
ejecuciones extrajudiciales. El Informe Suárez constituía la pieza más
complicada para cuestionar el comportamiento en el campo de batalla. Abría un
camino que después derivó en conclusiones más dramáticas como que no se trataba
de una práctica marginal sino que se había generalizado en muchos batallones y
los muertos inocentes eran demasiados. Más de 3000 uniformados han sido
detenidos de los cuales 850 han sido condenados.
Aquello
que parecía un gran logro se convirtió en una pesadilla para el general. Los
oficiales se mofaban de él y lo tildaban de idiota útil de la guerrilla,
bautizándolo como El general Machaca. Un sector del alto mando del Ejército
empezó a presionar, en el 2009, para que lo designaran como agregado militar en
Chile. Estados Unidos reversó la decisión porque consideraba un obstáculo para
las investigaciones que estaba adelantando el Ejército. Al gobierno Uribe no le
quedó otro camino que nombrarlo inspector de las Fuerzas Militares.
Un
año después la presión surtió efecto y Carlos Arturo Suárez se fue contra su
voluntad. El Informe Suárez es la investigación con más implicaciones para las
Fuerzas Militares, una pieza definitiva para el esclarecimiento del conflicto
en Colombia, pero para el general Carlos Arturo Suárez fue el principio del fin
de su carrera militar. Dejaba atrás su uniforme, pero se llevaba el honor. - Por:
Iván Gallo – Las 2 Orillas – 21 – 09 – 2015
Comcrear Óriente: Organo de Expresión del Movimiento Cívico
“Ramón Emilio Arcila”
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