12/19/2015

Estanislao Zuleta: Libertad: Condición de la Verdad, la Racionalidad y Libertad

Una cuestión inquietante, como tal vez no hay otra, se plantea la teoría política en nuestro tiempo: ¿la verdad es la condición de la libertad o, al contrario, es la libertad la que puede conducir al descubrimiento de la verdad?
La promesa evangélica decía: “la verdad os hará libres”. En términos cristianos este planteamiento no resulta problemático porque en ellos se descarta de antemano que los hombres puedan encontrar la verdad por sí mismos sino las tinieblas. Pero desde el momento en que en platón, en la Grecia clásica, o en el siglo XVlll europeo, se afirma que el criterio de verdad no puede ser una autoridad, divina o humana, sino solamente la democracia; desde el momento en que los dogmas comienzan a perder su prestigio y se reconoce que no hay ninguna instancia por encima del pensamiento; entonces se plantea efectivamente el problema contrario.
Los hombres no pueden acceder a la verdad si no son libres, libres de dudar, de ensayar sus opiniones y sus hipótesis, de compararlas y criticarlas. A partir de ese momento es necesario invertir la tesis: la libertad os hará verdaderos.
Todos los grandes pensadores liberales, desde Descartes hasta Kant, sostuvieron que la libertad es el elemento y la condición de la verdad. Esto no se debe en ellos a una toma de partido previa, en política, o a que estuvieran inscritos de antemano en un movimiento contrario al antiguo régimen y al despotismo. Se debe, más bien, a la exigencia interna de la razón que los conduce a una posición política de este tipo, independientemente de sus orígenes de clase y sus intereses inmediatos. Es evidente, en efecto y lo fue ya para los griegos, que el discurso racional sólo puede existir si considera al otro, su destinatario, como un ser libre e igual en principio al emisor, un ser del que no pueda exigir que otorgue su acuerdo por respeto hacia el que habla o escribe y menos aún por temor o veneración.
Trátese del diálogo socrático, que tuvo un tan brillante renacimiento en el siglo XVll como forma del discurso filosófico y científico por ejemplo, o de la aspiración a una presentación axiomática inspirada en la geometría, que practicaron Descartes y Spinoza, o de las prudentes formulaciones inductivas de carácter experimental, lo cierto es que el discurso racional descarta radicalmente de sus medios de exposición  todo procedimiento de intimidación o de seducción; se dirige a un ser libre de quien se espera todas las objeciones posibles, no solamente como ejercicio de su derecho inalienable, sino incluso como contribución necesaria al desarrollo y la demostración de la tesis.
El discurso racional, filosófico o científico, supone, pues, no sólo su reconocimiento del otro como sujeto libre, sino una apelación a su capacidad de disentir como garantía de que la tesis sustentada no es la manifestación de un punto de vista particular o interés empírico sino una conclusión necesaria y por lo tanto válida para todos. Nada de lo que suele emplearse en la arenga dirigida a un rebaño de incondicionales tiene cabida aquí.
Todos los filósofos racionalistas, de Sócrates a nuestros días, han sostenido la tesis central, por encima de sus diferencias, de que el pensamiento no puede ser delegado, ni en una iglesia, ni en un partido, ni en una autoridad personal o institucional, como tampoco en un texto sagrado de cualquier índole.
Libertad e Igualdad
Es verdad que la libertad no está amenazada solamente por el despotismo político o religioso, sino que también lo está, y muy gravemente, por la desigualdad económica entre los hombres, ya que esta desigualdad no es nunca una simple diferencia cuantitativa de bienes y posibilidades, sino que se concreta siempre en relaciones de dependencia y de dominación de unos sobre otros; es verdad también que una sociedad no se juzga por lo que diga su carta constitucional, sino por las relaciones efectivas que los hombres tienen entre sí, y que la desigualdad de posibilidades concretas y las garantías reales pueden y suelen coincidir con toda clase de intimidaciones y coacciones prácticas. Por lo tanto, la lucha por la libertad no es consecuente consigo misma, sino al mismo tiempo es una lucha por las condiciones económicas y culturales que permitan el ejercicio de la libertad para todos.
Tal vez la mayor dificultad de una política racionalista en nuestro tiempo se puede condensar en dos negociaciones:
No tomar la lucha por las libertades democráticas como pretexto para defender la desigualdad, los privilegios y la dominación de clase.
No tomar la lucha por la igualdad, la justicia económica y la seguridad social como pretexto para abolir las diversas libertades democráticas.
Los grandes filósofos liberales, principalmente Spinoza y Kant, comprendieron muy bien que los enemigos de la libertad no eran solamente los opresores directos y los que se benefician con la opresión.
Spinoza decía que es necesario averiguar por qué los hombres luchan en defensa de sus tiranos; puesto que no solamente éstos necesitan almas doblegadas, sino que también las almas doblegadas necesitan tiranos según Kant, las tres grandes máximas del pensamiento racional pensar por sí mismo, pensar en lugar del otro y ser consecuente son extraordinariamente difíciles de realizar, porque se enfrentan a las instituciones y a las fórmulas vigentes, a los prejuicios y a los tutores, pero también porque delegar el pensamiento en alguna autoridad y tradición es más cómodo y menos angustioso que guiarse por la propia razón. Si los hombres detestaran abierta o inequívocamente las cadenas que los oprimen, el proceso de su liberación sería muchísimo más sencillo de lo que en realidad es. El optimismo de Kant sobre la capacidad de progreso de la comunidad humana no se basa en ninguna ingenuidad, sino en que las grandes conmociones de su época la habían permitido observar que los hombres son más heroicos, audaces y creadores cuando luchan por un ideal de justicia y libertad que cuando defienden intereses mezquinos y  privilegios adquiridos.
Nuestra época ha conocido las catástrofes mundiales a que conduce una organización económica irracional e injusta y ha conocido también las consecuencias nefastas de la manipulación de las masas por un poder omnímodo que sólo tolera su propia opinión y sólo permite escuchar su propia voz, y declara que es la voz del pueblo, de la historia, de la patria o de Dios.

Ningún reino milenario, ningún estado sobreprotector podrá hacernos creer que ha llegado el momento de sacrificar las libertades democráticas. El progreso vendrá de su conservación y de su extensión, o no vendrá.

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