¡Que se
sepa: sacar buenas calificaciones no garantiza que al terminar sus estudios el
graduado tenga un trabajo asegurado! Los especialistas en recursos humanos
coinciden en señalar que el clásico nerd no resulta un buen colaborador para la
misión de las compañías, porque generalmente los alumnos exitosos viven
aislados de la práctica de relaciones personales diversas; indispensables para
un desempeño apropiado en el mundo laboral moderno.
Hoy, lo
primero que hace la empresa cuando evalúa un candidato, incluso antes de
considerar sus competencias laborales, es revisar cuáles son sus valores. Los
departamentos de personal someten a los aspirantes a las vacantes a una serie
de pruebas que muestren su comportamiento frente a diferentes situaciones
emocionales críticas, para ver si las aptitudes que presentan en su historial
estudiantil fueron adquiridas sobre la base de actitudes frente a la vida que
le den un claro objetivo de desarrollo personal y social sano.
Si el
postulante no sabe trabajar en equipo, tiene reacciones violentas, carece de
disciplina o da poca importancia al cumplimiento de obligaciones, por más que
sea un genio de las computadoras, por ejemplo, no es confiable para asumir una
posición en el departamento de informática de la empresa moderna. Estos
exámenes evalúan aspectos como el autocontrol, independencia, agresividad,
dinamismo, liderazgo, así como prioridades y motivaciones, entre otras llamadas
competencias no cognitivas o emocionales.
La escuela
parece no haber entendido ese mensaje y sigue apostando a evaluar seriamente
solo las competencias cognitivas, asignando calificaciones y otorgando créditos
y honores a los que mejor puntaje obtienen en la larga serie de asignaturas
incluidas en el currículo, como matemáticas, ciencia, historia, geografía y
lengua. Un buen promedio en ese desempeño parece ser la única meta, y
trimestralmente se premia al que alcanza mejores notas numéricas, haciéndolo
ocupar un lugar en el cuadro de honor de su curso.
La
calificación de las actitudes o valores no aparece en las páginas amarillas de
la escuela. Su seguimiento se limita a un pequeño grupo de hábitos que no han
cambiado en el tiempo ni merecen una calificación numérica; que se utilizan más
como instrumentos de castigo que como oportunidades de consejo y guía, y que
solo evalúa el profesor consejero subjetivamente. Por esto, ni profesores ni
padres le conceden importancia, pues no aportan información personal de valor.
En la
escuela oficial son tres las alternativas de calificación en siete hábitos
listados desde hace décadas: una S de “progreso satisfactorio” que generalmente
se otorga a todos, salvo faltas graves cometidas; una R de “progreso regular”;
y una X de “no satisface” que se aplica a los llamados estudiantes
incorregibles, por el mismo sistema que está supuesto a corregirlos. Este
esquema no admite los matices que se dan en la aplicación de normas de conducta
dependientes, en muchos casos, de factores externos, ni mide cuantitativamente
avances progresivos en el logro de metas. Así mismo, a través de esta sección
del boletín y por caprichos del educador, se reprimen comportamientos
diferentes en el aula, por ser creativos e innovadores, que limitan las
actividades de emprendimiento.
Es cierto
que se tratan de implementar propuestas para conceder mayor importancia a las
formas de comportamiento en la escuela por la vía del aumento de psicólogos y
consejeros, pero la inflexibilidad del sistema no deja espacio para disponer de
atención adecuada durante la presencia del estudiante, y este equipo de
expertos en valores termina matando el tiempo en alguna esquina del recinto
escolar. Así que no es de extrañar que la misma escuela, que debería ser un
ejemplo de comportamiento, se convierta en un antitestimonio, mostrando cómo
aumenta el bullying, la violencia juvenil, la intolerancia y los embarazos en
la adolescencia temprana, entre otros, y que la reacción del sistema tienda a
ser más represiva que orientadora.
Los
encargados de recursos humanos deben explicarle a los educadores que por encima
de tener puntuación de cinco en matemáticas y lengua, un joven que no pueda
sustentar sus ideas en un diálogo y escoge la vía de la protesta violenta en
las calles está condenado al fracaso social, y que una escuela que no promueve
actividades de debate y negociación y se limita a castigar al disidente, elude
su compromiso de preparar para la vida armónica y el trabajo útil, como manda la Constitución Nacional.
La prueba
internacional Pisa solo mide competencias cognitivas, como el correcto uso del
lenguaje, nivel de razonamiento matemático y conocimiento de la ciencia. En
ella nuestros estudiantes de 15 años no lograron demostrar capacidades para
enfrentar el mundo laboral de hoy. Faltaría evaluar cómo responden con
actitudes proactivas para canalizar las competencias adquiridas de cara a su
desarrollo como personas y ciudadanos. Una prueba Pisa en valores sería
necesaria. Ya existe el conocimiento para descubrir las áreas no cognitivas o
emocionales que permiten una inserción exitosa en la sociedad, como
trabajadores y ciudadanos, y fórmulas para cuantificar su avance, que utilizan
las empresas desde hace años. Traspasar esa metodología a la escuela debiera
ser parte de los cambios en educación. Más que preguntar a los empresarios qué
técnicos necesita y cuánto deben saber, convendría preguntar qué valores deben
tener, porque la escuela puede estar preparando muy bien para el fracaso.
http://www.prensa.com/impreso/opinion/educando-fracaso-juan-planells/186222
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